El hombre del sombrero de Panamá.
Los hombres silenciosos escucharon el taconear de las botas gastadas. La mal abotonada casaca policial denunciaba el almuerzo interrumpido.
—¡Que pasen los tres delegados! — bramó el cabo Mamani —¡Y que los demás vuelvan a la mina o a sus casas! ¡El señor Alcalde no quiere a naides en la calle!
Los hombres vacilaron. Chispas de temor mostraban sus negras pupilas. No se atrevían. Hacía cientos de años que perdían todos los pleitos con la compañía minera. Hacía siglos que retrocedían.
—¡Obedezcan! —dijo Chamorro a sus compañeros mineros —Nosotros le diremos al hombre del sombrero de Panamá, todos nuestros reclamos.
El rostro de los mineros se tiñó de desilusión. Confiaban en los tres delegados, pero el hombre del sombrero de Panamá había acabado con las dos huelgas anteriores. Sencillamente había comprado a dos delegados y había mandado a apalear a otro, quien desde ese entonces había quedado mal de la cabeza por la golpiza.
Chamorro caminó lentamente precediendo a sus compañeros, detrás del cabo Mamani. Antes de penetrar al despacho del hombre del sombrero de Panamá, los tres delegados se quitaron respetuosamente el gorro multicolor, tan característico de su raza.
La oficina de la primera autoridad política de la Región participaba de la suciedad general. Ante un modesto escritorio, cubierto de cartapacios rojos, esperaba, de pie, un hombre delgado, vestido con un gastado traje azul y con el inefable sombrero de Panamá que ocultaba su cruel mirada.
—¿Ustedes son los delegados de esa chusma? —preguntó con dureza
—¡Sí, señor! –respondieron con la boca seca por la ansiedad —pero somos honrados trabajadores de las minas…que queremos mostrarle a usted la lista de abusos
El hombre del sombrero de Panamá comenzó a pasearse por la habitación. Para calmarse la cólera se quebraba los nudillos de las manos.
—¿Trajeron pruebas? Porque de lo contrario los voy a secar en la cárcel
por falso testimonio y conjurarse para incitar a la violencia…
—Perdone usted, señor, pero no hemos querido incitar a naides —dijo el más viejo de los delegados, ansioso de beber su milenaria copa de humillación.
—Está bien. Siéntense en esa silla. Lástima que no hay para que se sienten todos.
A pesar que la invitación a sentarse había sido hecha para Chamorro, éste le indico al mas viejo que lo hiciera.
El hombre del sombrero de Panamá llamó al cabo:
—¡Mamani! ¡Traiga tres vasos y la botella de aguardiente! Le vamos a convidar a los delegados una copita para que se relajen.
El cabo Mamani sirvió tres generosos vasos de licor que los delegados bebieron de un trago a la invitación del Alcalde.
—No es tan malo el hombre del sombrero de Panamá…
Fue lo último que pensaron antes de morir envenenados.
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