domingo, 24 de julio de 2011

Déjà vu

Dèjá vu…

Creo que no soy la única persona que ha tenido una experiencia

así. Varias veces he escuchado relatos de gente que de pronto se

encuentra ante una situación, que le parece haberla vivido con

anterioridad. Después rebuscando en la memoria se dan cuenta

que es imposible que ello haya ocurrido, pues jamás han estado

en ese país o en ese lugar, al menos en esta vida.

Lo que me ocurrió, me ha tenido desvelado por mucho tiempo.

Estaba en el aeropuerto de Ezeiza, haciendo la fila para el checkin

y para despachar mi equipaje, pues estaba a punto de partir a

Chile. Yo me encontraba en la fila de Aerolíneas Argentinas, que

era la compañía por la que viajaba y a unos metros más allá había

una fila para realizar el mismo trámite de las personas que

viajaban a México por otra compañía aérea.

Me llamó la atención la figura de una mujer que se encontraba en

esa fila. Me pareció que era alguna conocida. Como la veía desde

atrás me adelanté en la fila para poder verle la cara. Cuando la vi,

no me quedaron dudas. Su cara, de una belleza singular era

imposible de olvidar. Traté de hacer memoria. ¿De dónde conocía

yo a esa hermosa mujer?

Ella pareció darse cuenta que era observada con insistencia y se

volvió hacia mí. Cuando me vio, no pudo disimular un gesto de

asombro. Le sonreí amistosamente, pero ya ambas filas

avanzaban y aunque no le quité la mirada y ella tampoco lo hizo,

trataba por todos los medios de recordar de donde la conocía.

Para salir de dudas tendría que hablarle. Terminé con mis

trámites y ella estaba haciendo lo mismo. Miré mi reloj. Tenía

exactamente 15 minutos antes de abordar. Suficientes para

aclarar con ella de dónde nos conocíamos.

Creo que ella pensaba igual que yo. Nos acercamos

sonriéndonos.

—¿Ernesto? —me preguntó dubitativamente…

Yo me llamo Edgardo Mauricio y me dio un poco de fastidio que

no se acordara de mi nombre. Pero yo tampoco me acordaba del

nombre de ella y así se lo dije.

—Perdóname, pero no logro recordar de donde te conozco . Sé

que nos conocemos de algún lado e incluso me causa mucha

alegría verte… pero tengo la mente en blanco…

—Yo solo recuerdo que te llamas Ernesto, pero no logro ubicarte.

Me parece conocerte de toda la vida, pero no recuerdo ningún

detalle de nuestra amistad…

—Me pasa lo mismo. Sé que contigo tengo un grado de afinidad y

confianza, pero… mi nombre es Edgardo y no acostumbro a

mentir sobre mi nombre. ¡Ahora recuerdo! ¡Tú eres Melisa!

—¡Nó, mi nombre es Ariadna! Y estoy segura que tú te llamas

Ernesto.

—Vamos a sentarnos a la cafetería y tratemos de aclarar esto…

Se cansaron de llamarnos de ambas aerolíneas para que

embarcáramos. Estábamos enfrascados en una conversación que

no podía cortar por nada del mundo y ella tampoco. Mentalmente

le dijimos adiós a nuestras valijas. Ya las recuperaríamos…

Luego de muchas confidencias e imaginación para llenar los

espacios vacíos de los recuerdos de cosas que jamás habíamos

vivido, llegamos a una sola conclusión: Nos habíamos conocido

en otra vida, en otro tiempo, quizás en otro espacio, en otra

galaxia o en la conjunción de un sueño compartido, en el que

fuimos meros objetos del destino.

Yo recordé que me llamé alguna vez Ernesto, que era un pianista

no lo suficiente bueno como para dar conciertos, pero era un

profesor de piano bastante aceptable.

Melisa era una de mis alumnas favoritas. Además de nuestras

edades, nos unía el amor por la música romántica.

Chopin, Liszt, Brahms, Debussy, etc. eran nuestros autores

favoritos y en especial Karulinus.

—A mi también me gustaba mucho Karulinus, eso lo recuerdo —

me dijo Melisa— pero no te podría nombrar ni una pieza de él.

—Tampoco recuerdo nada de él. Pero eso no es extraño, ya que

no sé nada de piano, ni de acordes ni de corcheas. Es más, ni sé

cuantas teclas tiene un piano.

—Es muy extraño esto que nos está pasando. Hasta ahora sólo

hemos tratado de armar una vida anterior en base a suposiciones

y recuerdos, posiblemente de sueños y quizás es una simple

coincidencia que nos hayamos reconocido sin habernos visto

jamás.

—Yo recuerdo perfectamente cual fue la pieza que tocaste

completa por primera vez y que me llenó de orgullo ser tu

profesor.

—¡No me la nombres!, ¡No me la nombres! Yo sé bién cual fue y

anotaré su nombre en este papel. Tú debes hacer lo mismo y

confrontaremos y si coincidimos en el título, querrá decir que

estamos bien encaminados y que este “déjà vu” es real y no

cejaremos hasta descubrir la verdad.

Me dio un poco de miedo ver su férrea decisión. Las cosas

inexplicables siempre me causan temor y creo en fantasmas y

aparecidos y milagros y en brujas y brujerías, todas cosas que me

quedaron por haber sido criado por mi abuela, una señora gallega

supersticiosa que creía en todo lo que fuera contrario a la razón.

Fui hasta el mostrador de la cafetería, tomé dos servilletas y

escribí en cada una de ellas. Las puse en dos bolsillos deferentes.

Regresé a la mesa y tomé el papel que ya tenía escrito Ariadna-

Melisa. Decía: “Consolación No. 3 en Re bemol mayor” de Liszt.

Casi con pena saqué mi papel. Vi que sus ojos se humedecieron

cuando leyó: “Para Elisa” de Beethoven…

Nunca más volví a verla. Quizás haya sido para mejor. Hay ciertas

cosas que no se deben cambiar. También debo añadir a mis

temores: las paradojas.

Ayer recibí un llamado en mi celular. Era Ariadna. Jamás imaginé

que podría ser ella. Le dí mi tarjeta en forma automática, sin

pensar siquiera que ella me llamaría algún día. Ya pasaron seis

meses desde la última (y primera) vez que la vi.

Fue en un aeropuerto. Yo iba a Chile y ella regresaba a México.

Nos vimos por primera vez y nos pareció reconocernos de algún

otro lugar, en otras circunstancias. Charlamos mucho y ella sacó

en claro que era sólo una casualidad, los recuerdos en común

que ambos teníamos. Yo pensaba de otra manera, pero mi natural

cobardía me impidió continuar razonando y buscando respuestas.

Ya aclaré que creo en todo lo que es contrario a la razón. Por eso

me alegré cuando ella decidió no seguir escarbando en la nada.

Pero yo siempre supe que la nada no existe. Siempre, siempre,

por descabellado que parezca, siempre hay algo, quizás alejado

de nuestro entendimiento. También sé que no es conveniente

averiguar mucho en las cosas ocultas o extrañas ni maravillosas.

Para mí, un arco iris comienza y termina sólo donde lo ven

nuestros ojos. Ni más allá ni más acá.

Ariadna me llamó para decirme que hoy llega a Buenos Aires y

que le gustaría discutir un tema conmigo. No me lo podía

anticipar por teléfono, pero era algo relacionado con nuestra

conversación anterior. Me estremecí. Yo tenía esa conversación

guardada en mi mente, en la sección Olvidar, porque era eso lo

que deseaba. No meterme en profundidades de las cuales no

sabría salir, sin resultar herido.

Me ví obligado a ofrecerme para venir a esperarla al Aeropuerto. Y

aquí estoy. Los indicadores me dicen que el avión ya aterrizó.

Calculo una media hora en la Aduana y en los trámites de

inmigración y acá me encuentro con la boca seca y lleno de

nervios, esperando su aparición por la puerta de arribos. Me

negaré rotundamente a seguir indagando sobre ese dèjá vu, que

me asusta y que prefiero dejar pasar. Lo que no se sabe no hace

daño.

Allá viene empujando un carrito con algunas valijas. Es en

realidad más linda de lo que recordaba. Debe tener unos treinta y

dos años, rubia, ojos claros. Trago saliva y me acerco a ella. Me

abraza y me planta dos besos. Uno en cada mejilla. Su suave

perfume me embriaga y ya sé que estoy perdido.

Ya sé que haré lo que ella me pida. Maldita falta de personalidad o

lo que sea, que cualquier mujer bonita hace lo que quiere de mí,

como si yo fuera una blanda arcilla en sus manos.

—Llévame a mi hotel, ahí en la calle Rivadavia. Se llama Buenos

Aires Top Hostel y voy allí porque me conocen. Me dejas ahí y

regresas a las 10 de la noche a buscarme, que tenemos que ir a

un lugar donde se despejarán muchas de las dudas que nos

quedaron la última vez.

—¡Yo no tengo ninguna duda! —protesté, sin mucha

convicción…La verdad es que no me gusta andar de noche por

ahí y menos con una mujer como Ariadna. Buenos Aires suele ser

peligroso y más aún de noche. Tendré que traer un arma para

nuestra seguridad.

10 de la noche:

Mucha gente en la calle, muchos turistas y algún policía por aquí

y por allá, me dan cierta tranquilidad y más aún cuando me palpo

la pistola que llevé. Baja Ariadna y me da una dirección.

—Es cerca de las calles Pedernera y Castañares —me dice muy

tranquila.

Clavo el freno. Ni loco voy al bajo Flores a esta hora. Así se lo

digo. Ni aunque llevara una ametralladora. Una hermosa sonrisa y

un beso en la comisura de la boca me convencen. Allá vamos.

Es un viejo cine-teatro de barrio, donde han sacado las butacas,

las alfombras y han alisado el piso. Ahora es un salón de baile,

pero manteniendo el viejo escenario, con sus molduras

descascaradas y los dorados ennegrecidos por el tiempo. A un

costado un enorme piano de cola, despintado, con las teclas

amarillas, parece un hipopótamo bostezando. No hay nadie, salvo

un hombre de oscuro ensayando un paso de baile, con fuertes

golpes de tacos y acompasado zapateo.

En el escenario en penumbras, parece bailar con su propia

sombra. Vestido todo de negro, un sombrero de anchas alas,

enturbia más aún la ensombrecida oquedad de sus ojos.

La miro a Melissa (no sé porqué la llamo así, ahora) y la veo

extasiada, contemplando al hombre de negro. Él sigue bailando.

Sus pies, traen mensajes de los hondos de la memoria y de

encrucijadas mortuorias.

Sin desearlo me acerco al piano, me siento y comienzo a deslizar

mis dedos por las teclas, desenredando músicas remotas. El

hombre de negro sigue el hilván musical con sus pies cariciosos,

en perfil confuso, tras las melodías y danzas perdidas, en un

revivir prohibido. Apenas alienta y resplandece de entre las

penumbras.

El hombre me mira, con sus ojos brillantes, pero sin norte en el

mirar.

Destellos astrales bajan a sus pies. Quedan en lo oscuro su cara

y su cuerpo en danza.

Lo tapujan mantos de penumbras, desdibujando los contornos,

incluso del enorme piano que toco con facilidad, sin saber tocar,

melodías que no conozco pero que brotan con naturalidad de mis

dedos.

Melissa se une en la danza con el hombre de negro. Mis melodías

son llamas del fuego sin quemazón ni porfías. Todo es caricia

entristecida, penar dulcificado. Ellos bailan rememorando formas

escondidas en el transcurrir de los tiempos. Su baile es un oscuro

adentrarse. De pronto mi conciencia se rebela y veo en mi

adormilado alerta, asomar a su arte, un festejo mortuorio. Ellos

son los que bailan, sí, pero sostenidos por bailarines muertos.

Asoman balbuceos extraterrenos a su plástica ensombrecida.

Forcejea hasta salirse del espejo trizado del tiempo por mediación

del artificio del baile.

Para remirarlo, fuerzo mis pupilas. Lo veo con carga del penar

yacente. Sospecho que el hombre tiene tratos con la Muerte.

Haciendo un enorme esfuerzo, dejo de tocar y de un manotazo

logro hacer caer la tapa del piano, en una nube de polvo. El

hombre de negro desaparece y Ariadna cae de rodillas al suelo,

cubriéndose la cara como para evitar la luz que ha inundado el

escenario. Afuera se escuchan tañidos de campanas,

ahuyentando a otras sombras que estaban absortos mirando el

bailar del hombre de negro. Entre las sombras que huían, una de

ellas miró hacia mí y reconocí a mi padre, fallecido, cuando yo era

niño. Nadie irrumpe con gestos ni avanza a musitar un

desacuerdo. Tan solo desaparecen, apretando los labios para

degustar instantes que nunca por nunca volverán. Levanto a

Ariadna y la guío hacia la salida. La siento en el auto y me alejo

manejando despacito. Ella solloza en silencio.

—¿Qué querías encontrar, Ariadna? —le pregunto dulcemente,

sabedor que nunca me daría la respuesta. La dejo en su hotel.

Pasaron dos días desde que estuve con Ariadna en el bajo Flores

viendo bailar a un hombre de negro, mientras yo tocaba el piano.

Pero no estaba seguro que eso hubiera ocurrido en realidad. Así

que al mediodía, con el sol bien alto me dirigí a Pedernera y

Castañares buscando el viejo Teatro pero no lo encontré. En el

lugar donde me pareció que debía estar, solo era un sitio baldío,

donde estaban unos vagabundos acurrucados bebiendo de una

botella.

—¿Alguien conoce donde está el teatro viejo, por acá cerca? —

les pregunté.

—En esto, que ahora es un baldío, hubo un Cine-teatro que se

incendió, pero hace muchísimos años… —me aseguró uno de los

linyeras.

Me fui para el centro. Iría al hotel donde había dejado a Ariadna y

trataría de aclarar las cosas con ella. Mi curiosidad venció a mi

cobardía y ahora quiero saber todo. Es demasiado misterio para

mí y no consigo apartar de mi cabeza esa escena maravillosa y

terrible, donde Ariadna bailaba con el hombre de negro. Y

además quiero saber porqué yo tocaba el piano, sin que jamás

haya estudiado nada de música y menos de piano.

El Top Hostel, por suerte sí estaba.

Pregunté por la chica mexicana; — Ariadna se llama —le dije al

conserje, quién me hizo esperarla en la recepción.

Al rato bajó ella. Casi no la reconocí. Tenía enormes ojeras y los

ojos irritados, quizás por haber llorado mucho. Me miró como si

me hubiera estado esperando.

—Vamos —me dijo tomándome la mano.

Iba a seguirla, a dejarme llevar no sé a donde, pero hoy me

levanté como si me hubiera comido un león y soltándole la mano

le dije que quería saber primero a donde íbamos y por qué

motivo. Así que la tomé de un brazo y la metí en el Café de la

esquina.

Pedí dos cortados, pero ella prefirió un té.

—Primero quiero que me digas tu verdad —me dijo ella —y luego

te daré todas las explicaciones que quieras. ¿Recuerdas que me

dijiste la vez pasada que yo había tocado el tema “Para Elisa” y

yo creía que había sido una pieza de Liszt?

—¡Sí, recuerdo! Te mentí. Yo también supe que era la

Consolación de Liszt la que tocaste completa por primera vez.

Pero escribí en dos papeles diferentes, porque tenía miedo.

Todavía tengo ese oscuro temor a lo desconocido, pero ¿como

supiste que te había mentido?

—Fue mucho tiempo después, cuando recordé que ambos

creíamos que uno de los compositores favorito nuestro era

Karolinus.

—Lo recuerdo y sé que me gusta todavía…

—¿Cuánto hace que escuchaste un tema de él, por última vez?—

me preguntó

Titubeé. En realidad no lo sabía y así se lo dije.

—¡Jamás en tu vida actual lo has escuchado, porque Karolinus no

existe!

Su afirmación me sorprendió. Ella continuó hablando con

seguridad

—Lo busqué en todas las enciclopedias de música, en cuanto

libro encontré. He interrogado a músicos, a profesores de música

y nadie, pero nadie lo sintió nombrar. Al menos en estos últimos

siglos…

—Pero no puede ser muy antiguo ya que tocabas a Liszt y este

compositor es de mil ochocientos cincuenta o algo así. Y si tú

sigues creyendo que ambos vivíamos por esa época…

—Lo que yo creo es que tuvimos una vida en otra dimensión y

que Karolinus pertenece a esa dimensión o época y por eso acá

nadie lo conoce…

—Pero entonces, tú y yo somos de esa dimensión y ¿qué

hacemos aquí ahora?

—Eso, mi querido Ernesto, es lo que deberemos averiguar…

Creo que todavía estoy a tiempo de salirme de este embrollo,

antes que pase algo malo. Pero quién puede renunciar a la

posibilidad de descubrir algo nuevo, algo que deje a la

humanidad asombrada y maravillada. Algo que puede echar abajo

a todas las religiones. Si el Vaticano tembló ante la novela de Dan

Brown, el famoso Código da Vinci, ¿que ocurrirá si se sabe que

una hermosa chica junto con un boludo que se cree escritor,

andan tratando de probar que existe otro mundo paralelo, en el

cual la Humanidad ya ha vivido o vivirá algún día? Y la Muerte

entonces ¿Es solo la transición entre este mundo y esa otra

dimensión?

—Posiblemente estemos muertos en ese otro mundo y renacimos

acá. Tú en Chile y yo en México—me comentó Melissa

—Y dio la puta casualidad que nos encontráramos y nos

reconociéramos y nos metiéramos en este lío —le dije un poco

molesto —Y si llegamos a morir acá, posiblemente renaceríamos

allá…¿No te parece?

—Creo que esa podría ser una respuesta —afirmó Melissa

—Ahora dime,¿Qué fue eso de la otra noche? El hombre de

negro, el viejo Teatro, yo tocando el piano, tú bailando una

música imposible…

—Vas a tener que creerme, pero no recuerdo nada de eso que

dices. Yo vine a la Argentina, por recomendación de un viejo

chamán, a ver a un familiar suyo, que vive en Pedernera y

Castañares y que me iba a ayudar a descubrir el pasado de mi

pasado.

—¿Hay chamanes en México? —le pregunté desconfiado…

—En todas partes hay hechiceros, adivinos y personas que

practican el chamanismo. Yo estudié mucho sobre ello. Es un

culto del paganismo de Oriente difundido entre los pueblos de

Siberia, los ostíacos, los tungusos, los kanchadales, los

samoyedos, etc. y se basa en los estados de éxtasis o de congoja

que provocan con sus danzas ejecutadas al son del tambor, de

noche y a la luz de las hogueras. Cuando alcanzan esos niveles,

de éxtasis o de congoja, es cuando se le pueden preguntar las

cosas que nos interesan y nos responderán, a veces

directamente, otras, con elipsis. Se extendieron por todos los

pueblos y en México, principalmente en la zona del Yucatán,

todavía quedan viejos adivinos a los que es posible consultar.

—Y el hombre de negro que bailaba, ¿quién era?

—No recuerdo haber visto nada de eso. ¡Ya te lo dije!

—Entonces ¿qué haremos para seguir investigando? —le

pregunté

—Vayamos a esa dirección a buscar al familiar del chamán

mexicano…

—Pero…yo vengo de allí y no hay nada de lo que había

anoche…—le dije

—Entonces, tendremos que ir al anochecer y esperar lo que el

destino nos quiera brindar…

El solo pensar en regresar esta noche a ese misterioso Teatro, si

es que lo encontramos y poder salir de ahí, sin mayor problema,

se me hacía algo medio imposible, pero de súbito un pensamiento

vino a mi mente: Entre las sombras de anoche, me pareció ver a

mi padre. Lo reconocí a pesar de que yo tenía diez años cuando

murió. Estoy seguro que el también me vió. Seguro que me

protegerá si algo me amenaza. Me lo debe…

Esa noche fuimos al Bajo Flores nuevamente. En la noche, todo

se ve diferente y en esa zona, de por sí, misteriosa, la oscuridad y

el silencio contrastan enormemente con las luces y el bullicio del

centro.

Incluso el alumbrado de las calles daba un tono amarillento a las

despintadas casas del viejo barrio. Dejamos el auto bajo un farol

caminamos tomados del brazo hacia donde recordábamos que

estaba el teatro. Nuestros pasos resonaban en el silencio como

malas palabras pronunciadas en un templo. Al llegar a una

esquina lo vimos por fin. Allí estaba el viejo teatro al que estaban

llegando muchas personas.

Por un momento pensé que esa sólida construcción jamás se

había movido y que yo, cuando vine a pleno día, me equivoqué de

calle. Todo puede ser me dije con mi fatalismo habitual.

Entramos al teatro como una pareja más, que venía a bailar. El

Teatro de pronto despertó y comenzó a sonar una orquesta de

tango, que estaba ubicada en el descascarado escenario. Y

comenzó el baile.

Melissa y yo nos sentamos en una de las mesas del lugar.

Era una escena increíble. Decenas de personas bailando

ritualmente un hermoso tango. Ningún pintor podría fijarla con

sus pinceles.

El tango que tocaban era “Gallo ciego” (uno de mis favoritos). Lo

reconocí con alivio y al saberlo cosa mía, me ayudó a abstraerme

de la ensoñación, de tiempo y espacio que sus notas producían a

los que bailaban.

Melissa, acodada en la mesa, cerró los ojos para escuchar mejor

la melodía, mientras yo trataba de no dejarme arrastrar a las

honduras de la desorientación y del descamino.

Quería estar alerta y observar todo lo que sucediera.

Necesitábamos respuestas y la posesión de fugaces visiones y la

retención de vagarosas presencias danzarinas, cuasi inasibles,

que nos pudiera ayudar a asistir al convite del festejo de la Vida,

de esta Vida y de la otra, que sospechábamos de un increíble

dulzor, sin dejar amargos.

En lo más animado del baile, ahora era Mala Junta lo que tocaba

la orquesta, entró el personaje de negro, con chalina colorada.

Era el mismo que la noche anterior danzaba solitario en el

escenario del Teatro vacío. Al que acompañé con el piano.

Prestamente ganó el hombre un rincón, el más apartado de la sala

y allí se dejó estar en su oír y en su mirar.

Al rato se decidió. Vino donde estaba Melissa y sin mirarme,

gentil y atencioso, le ofreció su brazo, invitándola a bailar. Ella me

miró como pidiéndome ayuda o que la protegiera. Le sonreí

tranquilizándola.

Salió a la pista con el oscuro y misterioso personaje, mientras la

orquesta se desmelenaba con La Cumparsita.

En una mesa de enfrente mío, estaba una dama que me miraba

con complicidad. Decidí abordarla. Tenía yo, muchas preguntas

en la punta de la lengua y no tenía a quién formulárselas. Le hice

una seña con la cabeza, invitándola a bailar. Una brillante sonrisa

fue la respuesta y enseguida la tuve en mis brazos. A pesar de ser

ella un poco excedida de peso, se movía con una ligereza que

contrastaba con mi torpeza habitual.

Estaba siguiendo a Melissa con la mirada, cuando se me agazapó

en la niña de los ojos. Sencillamente desaparecieron de mi vista y

por más que me esforzaba por hallarla entre la muchedumbre que

bailaba, no la pude encontrar.

La mujer que bailaba conmigo, seguramente se preguntaba la

causa de mi porfía buscona. Yo la arrastraba en el baile con

pasos inventados para girar, para avanzar, para regresar

buscando a Melissa.

La mujer de encendidos fuegos que se abrazaba con fuerza a mí y

apoyaba su cabeza en mi hombro, se molestó y me preguntó con

seca voz:

—¿Qué andas buscando, hombre mecido por los desacuerdos de

tu alma?

—Ando buscando a alguien con quien tratar. A alguien que me

indique el camino a la libertad de mi alma…

Se detuvo en mitad del baile y nos encaminamos a la mesa de

ella.

—Trata conmigo.—me dice, insinuante —Trata conmigo y tendrás

todo lo que andas reclamando y tanta falta te hace para ser feliz.

Trata conmigo y dejarás de arrastrar miserias encadenadas. Te

verás lleno de un todo y te sobrará para los goces de la vida…

Me recorrió un escalofrío y levantándome le dije:

—No necesito riquezas. No las ansío. Lo que busco es otra cosa

que tú no me podrás dar. ¡Gracias!

La mujer se desentendió de mí y siguió esperando a otro incauto

que la invitara a bailar.

Me senté en mi lugar dispuesto a esperar a Melissa y pedí una

bebida al mozo que se acercó a ofrecerme algo.

Al terminar el tango siguiente, se acercó Melissa acompañada por

el hombre de negro.

Me lo presentó diciéndome: —Este señor es quien nos puede

ayudar…

Lo invité a sentarse con nosotros y cuando el mozo me trajo mi

bebida le ofrecí a él y a Melissa algo que tomar y mientras ella

pedía una menta frappé, el se despachó pidiendo un ajenjo. Una

lucecita de alerta se encendió en mi conciencia, aletargada por el

sinnúmero de emociones y trataba de escarbar en mi memoria,

donde había leído de alguien que era un adicto al ajenjo. No lo

pude recordar.

—Pueden preguntar lo que les interese —nos dijo el hombre —

que de buena gana les responderé.

—¿Porqué nos ayudará? —le pregunté desconfiado…

—Tengo que ayudar a Melissa a regresar de donde no debió salir.

Sonrió enigmáticamente al ver que se me quedé boquiabierto por

el asombro…

Melissa me tranquilizó:

—Ya sé casi todo, Edgardo —me dijo — La que soy de otra

dimensión soy yo. Por eso , aunque tengo 32 años, no guardo

memoria sino desde los 20. Mi familia, porque tengo una familia

en México, creía que era una especie de Mal de Alzheimer al revés

y que yo había perdido la memoria de mis primeros 20 años al

sufrir el accidente que mató a mis padres.

Yo no entendía muchas cosas y así se lo dije:

—Pero y yo…¿Dónde entro yo en esta historia?¿Porqué

pensamos que era tu profesor de piano en tu dimensión?

Acá intervino el hombre de negro diciendo:

—Te diré algo, que espero que puedas comprender. No existen

dos mundos paralelos. Existen muchos mundos y dimensiones

paralelas. La Humanidad o… lo comprenderás mejor si te digo

que el número de hombres y mujeres existentes, es un número

fijo. Somos 3,141593 mil trillones de seres. Entiendo por la cara

que pones que no conoces ese número. Sin embargo hubo en

este mundo muchos sabios que se acercaron a la verdad.

—¿Y dónde están ahora esos sabios?

—Todos están en otras dimensiones, lejos unos de otros y con

nuevas personalidades. Te contaré algo gracioso. Alberto

Einstein en este momento es portero de un colegio en un país

parecido a la China de ustedes y es inmensamente feliz.

—En ese número que me diste, ¿Están incluídos los animales ,

los insectos, etc?

—¡No! Esas son sólo proteínas…

No me pude contener de preguntar:

—¿Y Jesucristo? ¿Dónde está?

El hombre de negro se sonrió, me miró fijo a los ojos,

obligándome a bajar la vista y me contestó:

—Según los archivos, en este momento está desaparecido.

Continúa siendo un rebelde y tenemos serias sospechas que

estuvo varias veces en este mundo y que alguna vez se llamó

Ernesto Guevara y otra vez fue Gandhi. Y así sucesivamente. En

cualquier dimensión que se encuentre, será un hombre bueno…

No nos preocupa, como otros…

—Cuénteme de Melissa. ¿Porqué apareció acá y porqué yo la

conozco?

—Melissa es un caso aparte. Es hija de dos seres maravillosos,

que en su bondad no supieron educarla con rigor y su rebeldía se

debe a que tiene una curiosidad innata y supo, es decir, averiguó

por casualidad, como pasar de una dimensión a otra. Y lo hizo

varias veces.

Melissa se sonrió e intervino por primera vez en la conversación:

—Fue gracias a ti, Edgardo. Tú me enseñaste música, y deberás

saber que la música es la llave que abre la puerta intermedia entre

dos mundos paralelos o dos dimensiones semejantes.

—¿La música? ¿La música es el pasaporte para ingresar en tu

mundo?

—Sí y eso lo descubrí tocando algo que tú me prohibías. Decías

que era muy complejo para una aprendiz y que representaba un

mundo en guerra, ya que habían caballos, desfiles militares,

combates, etc. Cuando me sentí verdaderamente capaz de

hacerlo bien , lo hice., y descubrí que no tenías toda la razón. Esa

música no era solamente de guerra. También había paz y

granjeros cosechando y madres riendo, etc. Buscando separar lo

brioso de la guerra de lo pacífico y normal, descubrí los acordes

necesarios para abrir las puertas del Cielo, como lo llamo yo.

—Sé a qué música te refieres. Es la Polonesa No.1, opus 71 de

Chopin

El hombre de negro se impacientó:

—Comprenderás Edgardo, que no puedo arriesgarme a dejarte

con esos conocimientos. Si alguien se enterara, sería el Caos…

—Qué harás entonces…¿Me matarás?

—No existe la muerte. No temas. Solamente olvidarás todo lo

ocurrido, referente a Melissa, a mí, y a la música.

Me puso la mano en la frente y yo al cerrar los ojos alcancé a

escuchar un clic. Un clic demasiado conocido por mí. Era el de mi

grabador de periodista al que se le había terminado la cinta.

Rogué mentalmente que no se diera cuenta el hombre de negro y

me palpara en mi bolsillo interior…

Desperté, sentado al volante de mi auto. No recordaba nada. Me

preguntaba que diablos hacía en el Bajo Flores, dormitando en el

auto, con riesgo a ser asaltado. Puse el motor en marcha y me fui

a casa.

De esto pasaron varios días hasta que descubrí esta historia

guardada en mi grabador a la que reconstruí con gran esfuerzo y

que ahora presenté a ustedes.

Espero que me crean este relato, porque la verdad es que, ¡ni yo

lo creo!

Este cuento está dedicado a todos aquellos que

jamás pudieron cumplir ni uno solo de sus sueños…

i

lunes, 23 de mayo de 2011

La oficina IX


La oficina IX



Estoy sufriendo uno de los más graves ataques de satiriasis que he tenido en mi vida. Iba a escribir “en mi puta vida” pero no queda fino.

Así me lo ha dicho la maravillosa enfermera voluntaria que se ha tomado la molestia de escribir mis memorias. A ella le dicto, como puedo, en una media lengua, porque tengo la mandíbula enyesada, este capítulo.

Lamentablemente y volviendo al tema satiriasis, al estar enyesado en forma total, no puedo obtener un desahogo sexual y al suplicarle a esta gentil y maravillosa, aparte de bellísima voluntaria que me ayude, ha puesto reparos de orden moral.

Pero me ha prometido una cosa. Lo consultará con su confesor.

Ruego al Altísimo que ilumine al maldito cura confesor y que imagine a un pobre y sufriente enfermo de satiriasis, desesperado de deseos y enyesado sin poder moverse.

Además tengo la cabeza llena de ratones y mirando a esta voluntaria preciosa, que aunque se apiada de mí, su estricta moral no le permite ni siquiera un leve cariñito a mi Carlitos (*) para aliviarlo en su dolor.

Le guiño el ojo derecho y musitando disculpas le digo a esta preciosura que debo hacer pipí. Toma el timbre que cuelga a la cabecera de la cama para llamar a la enfermera pero hago un esfuerzo tremendo y me sale un grito:!NOOOOO!

Me mira asombrada y trato de explicarle que la enfermera me cachetea a Carlitos porque se pone en su esplendor al roce de una mano femenina.

Me mira entrecerrando los ojos como preguntándose si es broma lo que le digo, pero al ver que me caen dos gruesos lagrimones que moja el yeso de mi cara, se compadece y se pone un guante en su mano derecha. Y también, con dos deditos toma a Carlitos que zapatea como bailando un malambo y lo introduce en el papagayo.

Por más que trato de mover la pelvis para que Carlitos sienta algo más que un leve roce de una mano enguantada, el yeso me tiene inmovilizado. Noto una leve sonrisa en su bonito rostro, pero desaparece de inmediato.

Me siento además, frustrado, amargado y resentido porque ninguna de mis amigas ha venido a visitarme. Claro, este es un Hospital, no es una lujosa Clínica, pero seguramente no saben lo que me ocurrió.



Ya es hora de almorzar. La gallega me deja la bandeja con mi almuerzo, pero la voluntaria ya cumplió su horario y tiene clases en la Facultad. Regresará esta noche por dos horas. Ojalá haya hablado con su confesor y este la haya autorizado a ayudarme.

Mi almuerzo consiste en una papilla semilíquida y de postre me han dejado un flan con crema. Trato de imaginarme como diablos me lo voy a comer porque la gallega no podrá meterlo en la manguera que me alimenta. Pero ella se encarga de sacarme de dudas al comérselo, saboreándolo ruidosamente. ¡Qué la parió a la gallega maldita!.



—¿Quiere hacer pis, Don?—me pregunta maliciosamente.



Muevo los ojos desesperadamente en forma negativa, pero parece que esta bestia no entiende por gestos, porque tomándome a mano pelada me introduce en la maldita botella hospitalaria. Tiene la mano caliente y eso hace que Carlitos se despierte totalmente y se infle como sacando pecho.



—¡Asqueroso, desvergonzado, insolente! —Rezonga la gallega, pero esta vez no lo abofetea.



La linda voluntaria a quien estoy dictando esto, me mira en forma interrogativa y trato de murmurar algunas palabras en for inteligibles:



—¿Muiste a mer a mu monfesor? ¿Qué tijo?



No entiende un carajo que le estoy preguntando si fue a ver a su confesor y qué le dijo y cuando lo comprende, luego de repetirlo mil veces para que lo escriba, estalla en carcajadas y pone punto final al dictado.

Ya es tarde y se tiene que ir…





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viernes, 20 de mayo de 2011

La oficina VIII




La oficina VIII

Ya no sé que me pasa. Todo me sale mal. Alguien me tiene que haber hecho una brujería o un maleficio.
Estoy en la cama, pero en la cama de un hospital. Tengo enyesado casi todo el cuerpo. Mi pierna derecha cuelga de unas poleas. Es “tracción” me ha dicho el médico. Maldita sea la tracción y la puta que la parió. Todo esto lo pienso, porque tengo la mandíbula fracturada y no puedo hablar.
La culpa de todo esto la tiene el maldito Gerente. Me dijo que había comprado una buena parte de las acciones de la Empresa de mi tío y en realidad todo era una broma. Me quiso hacer un chiste, conociendo como me gustan las bromas a mí. Pero lo que el muy cretino no sabe, es que me gusta hacer bromas, pero no que me las hagan.
Y yo, inocente y crédulo, les avisé a mis primos que viven en Francia que el tío estaba siendo estafado por Lola, la novia.
Ellos viajaron inmediatamente a la Argentina , para frenar los despilfarros del tío, que los iba a dejar sin gerencia. Son unos inmundos ambiciosos.
Como el tío estaba de vacaciones en Brasil, allá se fueron, aunque yo traté de disuadirlos, diciéndoles que el pobre tío era dueño de gastar su dinero como quisiera, pero mis primos no me hicieron caso y se fueron a Aruba.
Desde allá, mi tío llamó al gerente y este le contó de la broma que me había hecho. Seguramente mi tío también se ha reído mucho de lo inocentón que soy.
Los que no se rieron para nada, fueron mis primos quienes viajaron desde Francia y ahora me vinieron a pedir explicaciones.
Tratando de huir de ellos y de su pedido de explicaciones crucé corriendo la Avenida del Libertador, justo, justo, cuando cambió el semáforo y así me fue.
Para colmo de males me volvió la satiariasis, que es una enfermedad crónica que sufro y que me vuelve de vez en cuando. Consiste en la excitación morbosa de los órganos genitales masculinos que impulsa al individuo a la consumación frecuente del acto venéreo.
Ahora cuando viene la enfermera a ponerme el papagayo para que haga pis, tengo una terrible erección y la gallega maldita, porque es gallega la enfermera, pero de esas gallegas brutas, me aplica unas terribles bofetadas en mi miembro que me hacen ver las estrellas…

—¡Maldito y sucio desvergonzado —me dice

No le puedo contestar porque el yeso me aprieta la mandíbula.
Me alimentan sólo con dieta líquida a través de una manguerita que penetra por un agujerito en el yeso y que entra en mi boca hasta la garganta.
La gallega hija de puta me manda el líquido casi hirviendo, que me quema la garganta y me hace saltar las lágrimas.

—¿Tiene ganas de hacer pis, Don?—me pregunta

Sólo puedo mover los ojos diciéndole que no, pero no me entiende y me toma con dos dedos y me introduce en el papagayo. No puedo frenar la erección y ¡zás! Un cachetazo y luego otro.
¡Maldita! En cuanto me sane, vendré y la estrangularé. ¡Lo juro!

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jueves, 19 de mayo de 2011

La oficina VII


La oficina VII



Arturito llegó a Ezeiza junto con nuestro primo Gastón. Caminaba hacia la salida a grandes trancos llevando a Gastón debajo del brazo y en la otra mano cargaba dos valijas. No hay que olvidar que mi primo Gastón es minusválido. Le faltan las dos piernas.

En cuanto me vió, no me dio tiempo a saludarlos porque empezó con las preguntas.



—¿Vendió algo más el viejo? ¿A cuánto se cotizan las 100 acciones?



—Andate a la puta que te parió Arturito. Ni siquiera me saludas y ya estás preguntando por la plata. Además ¿Qué derecho tienes a reclamar algo por lo que no has luchado ni una sola vez en tu puta vida?



Intervino Gastón tratando de suavizar las cosas.



—No se peleen primos, que debemos estar unidos como nunca…



Arturito insistió: —Y tu tampoco tienes más derecho que nosotros. Porque lo que has trabajado por la empresa, bien que lo cobraste.



—Tiene razón Arturito —acotó Gastón.



—¡Ahh! Se pusieron de acuerdo en el avión, malditos —les dije— Ahora si quieren ir a Buenos Aires se van en un taxi. No los llevaré y por mí el viejo se puede gastar todo lo que le queda en una mujer o en cientos. Es la vida de él y también es su plata.



Diciendo esto me dirigí al estacionamiento, subí a mi auto y me fui.

Se quedaron mirándome partir, incrédulos, con las valijas en la mano y la boca abierta.

Tengo tanto interés como ellos en la plata del viejo, pero no me conviene demostrarlo, así me respetan más y aunque no lo demuestren, admiran mi nobleza.

Volví a la oficina, no voy a negar que un poco preocupado y me enfrasqué en terminar algo que había dejado inconcluso: Claringrilla se llama y es el crucigrama del diario Clarín.

Estoy sin secretaria y aunque no la necesito, siempre es bueno mantener las apariencias. Estoy mareado por las ganas que tengo de tomarme un buen café. Creo que voy a ir a lo del gallego de la esquina.

Lorena parece que lee el pensamiento o es bruja, por lo menos ya que se aparece en mi oficina con un humeante café. ¡Qué rico que lo hace!

Le doy las gracias y me mira extrañada:



—Tero señor Edy, usted está sin secretaria. Es lo menos que puedo hacer por mi antiguo jefe.



Pobrecita. ¡Qué buen corazón tiene! Y pensar que le hice una fea jugarreta con el anterior gerente. Pero no debo dejarme embaucar por una cara bonita. Está de novia con el Gordo Gómez y les quité esta oficina. Igual salieron ganando porque ahora tienen una oficina con ventana. Me da una sana envidia ¡Grrrr!

Suena mi teléfono y es Gastón el que me llama. Trato de cambiar la voz y le digo que no estoy, pero no se la traga y me pide que por favor lo escuche, que somos primos, la misma sangre y bla-bla-blá.

Así que le pido que sea breve, porque estoy muy ocupado.



—Fuimos a la casa del tío y está cerrada Tuvimos que ir a alojarnos en un Hotel. Debes decirnos donde está el tío para aclarar las cosas y hablar con la Lola esa.



—El querido tío anda por Brasil con Lola y no tengo la más puta idea en que parte de Brasil anda vacacionando.



—Pero tendrás algún número telefónico para comunicarle las novedades de la empresa…



No podía seguir negando al viejo y a mi me convenía que aclararan ellos las cosas y no hacerlo yo. Así que les dí el número del viejo.

Ojalá este par de enanos materialistas y ambiciosos logren salvar algo de mi herencia, porque veo mi futuro negro, negro…

Además mi suegra cree que cuando muera el viejo, yo seré millonario y la platita que le dejó mi finado suegro, la va a donar, cuando ella se muera a un asilo de animales abandonados.

Como van las cosas el que va a quedar abandonado, seré yo…





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miércoles, 11 de mayo de 2011

La oficina VI



La oficina VI


¡La pucha! Pensar que hay gente que piensa que los argentinos somos ególatras. ¡Craso error! Somos modestos, considerando a la modestia, como el reconocimiento que uno es perfecto, pero sin decírselo a nadie.
Yo, modestamente, me considero un genio.
Claro que a veces se me escapa la tortuga o la situación se me va de las manos, pero por lo general tengo todo bajo control.
Ahora tengo que resolver un problema en la oficina que me está afectando el apetito.
Por esto y para solucionarlo de una buena vez, me dirigí a la oficina del Gerente y le planteé la situación.

—¡Necesito una oficina con ventana! Soy el asesor, mano derecha, sobrino y heredero de mi tío que ya tiene 93 años. ¿Qué pasará cuando Él nos deje? Tendré que asumir el control absoluto de la empresa y entonces arderá Troya. Y las cabezas de mis enemigos caerán y rodarán en la oscuridad del desempleo y en la ignominia de mendigar trabajo en empresas amigas que dirán inexorablemente que nó.

—Es un futuro muy cruel para sus enemigos, Edy —me contestó el Gerente —pero yo nada puedo hacer. Está todo asignado y no estamos en condiciones de efectuar remodelaciones…

—Entonces le pronostico que la noche también caerá sobre la Gerencia..

—Eso no me asusta, querido Edy. Ahora que compré el 20% de las acciones de la Empresa, todo será cuestión de cortar cupones y vivir a lo rey sin hacer nada. Incluso lo recomendaré a usted al Directorio para que sea el nuevo gerente.

Sé que el cerebro es el órgano que sirve para que pensemos que pensamos, pero en ese momento no podía pensar en nada.
¿El viejo maldito había vendido el 20% de la empresa? No lo podía creer.
Con todo lo que habíamos luchado para conseguir el 100 % de las acciones. Había mentido, había engañado, había sobornado y amenazado a todo el que tuviera una acción de la empresa, para que nos la vendiera.
Mi tío quería tener el control absoluto, no le bastaba con la mayoría de las acciones, a cualquier costo y ahora había vendido el 20 %. Ese veinte por ciento era mi futuro, la esperanza para mi vejez y ahora se veía reducida en una quinta parte. ¿Porqué catzo, el boludo de mi tío vendió?
Me encerré en mi oficina para llamar por teléfono a mis primos que viven en Francia. Conseguí hablar con Arturito y le conté lo sucedido.
Las putadas que lanzó las escuché sin acercar mi oído al teléfono.

—Deben ser cosas de la maldita mujer que le presentaste para que se casara. La tal Lola o como mierda se llame. Tenés que evitar que se case y que siga vendiendo. Yo viajo esta misma noche para allá.

¡Claro! Seguramente era Lola la que estaba convenciendo al viejo decrépito para que vendiera y quedarse ella con la plata. ¡Maldito sea el día que se la presenté!
Me imaginé que ella lo esquilmaría al viejo, pero viviendo como una princesa, viajando a lindos lugares, sacándole algún pesito, algo de cambio chico, pero jamás pensé que le hincaría el diente al capital de mi tío, que venía a ser como mío y de mis primos.
Porque solo somos cuatro herederos. Mi hermana, quien me prometió cederme todos sus derechos (a ella no le hace falta), Arturito quien debe estar preparando la valija para viajar, naturalmente yo y Gastón, nuestro primo minusválido. Mi tío dejaría una cláusula, para que yo maneje y administre la parte de Gastón. Ya estaba todo convenido y acordado y ahora este viejo carcamal se deja enredar por una atorranta.

Me “hirve” la cabeza de tanto pensar. Y eso que me considero un intelectual, que es un individuo capaz de pensar por más de dos horas en algo que no sea sexo…
Se nota que no salí a mi tío…


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domingo, 8 de mayo de 2011

La oficina V



La oficina V



Estábamos con los guardias de seguridad tomando café y charlando despreocupadamente, cuando irrumpieron en la oficina, los cuatro energúmenos que había despedido, pidiendo mi cabeza.

Antonito, uno de los guardias, es de los que actúan primero y preguntan después. Por eso, inmediatamente, le asestó un cachiporrazo en el marote a uno de los revoltosos insubordinados y los otros se me vinieron encima.

Mi secretaria, la viejita Frida le arrojó café caliente en la cara a uno y los dos que quedaban fueron reducidos por el otro guardia y por mí.

Para algo sirvió la lámpara que me mandó la tía Felicitas para mi casamiento y que mi mujer no quiere ver en la casa y yo la traje a la oficina.

Le dí con la pesada base en el cogote, porque alcanzó a esquivar el golpe que iba dirigido a la nuca. Igual quedó dormido como un bebé.

El más viejo de los guardias, creo que es un comisario retirado, me volvió a reclamar un cuartito para la vigilancia.



—Si ahora tuviéramos el cuartito, los llevábamos ahí y les dábamos una salsa que los haría recordar de por vida que no se insulta a las mujeres por feas que sean.



Le aclaré que soy muy respetuoso de los derechos de los demás y que con lo que habían recibido era suficiente.

Uno de los empleados (ahora ex empleado) comenzó a insultarme acordándose de toda mi familia y le tuve que dar una buena patada en los huevos.

Los guardias se los llevaron hasta la calle donde los arrojaron sin contemplaciones.

El resto del personal de la empresa bullía como un avispero.

Tratando de explicar la causa de los despidos, fui a Contaduría y narré lo ocurrido al resto del personal, claro que cargando las tintas un poquito.

Volví a mi oficina, pero al salir de Contaduría me despidieron con una gran rechifla.

En mi oficina me esperaba una gran sorpresa. Frida no estaba pero me había dejado su renuncia sobre mi escritorio.

¡La puta que la parió! Todo el lío que hice por defenderla y la vieja se va.

Lamento por las tortas que no probé.



Me ahogo en esta oficina sin ventana. Tendré que hacer algo.

No se puede vivir en paz en esta maldita oficina…



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sábado, 30 de abril de 2011

La oficina IV

La oficina IV



Tal cual lo imaginaba, mi bruja estaba esperándome en casa, hecha una furia.



—¡Me humillaste delante de tus compañeros! Y eso no te lo perdonaré…



—¡Callate, bruja desubicada y la puta que te parió!...(Pensé contestarle), pero solo le dije:



—Pero mi amorcito. Sólo lo dije para causar impresión entre los muchachos. No te olvides que no son mis compañeros sino mis empleados… Debo mantener cierta imagen…



Me costó un poco hacerla ver la realidad. La terminé de convencer invitándola a comer afuera. Así que preparé la mesa en el patio y nos mandamos unas milanesas a la napolitana que estaban de rechupete.



Al día siguiente llegué a la oficina temprano otra vez. ¿No me estaré enfermando?

Mi secretaria ya había llegado y tenía el café listo. ¡Mmmm! Casi tan rico como el que preparaba Lorena. Me sirvió una taza y la acompañó con un trozo de torta. Yo había desayunado recién, pero soy un goloso de la puta madre, así que me lo clavé de un bocado.

¡Una verdadera exquisitez! Le pregunté donde había comprado la torta y me dijo que la había preparado ella, según una receta de su abuela alemana.



—Me encanta la repostería —me dijo —Todos los fines de semana preparo dos o tres tortas diferentes, que termino regalando a mis vecinos.

La debo haber mirado con ojos de cordero degollado, porque se rió y prometió traerme un trozo todos los días.

Esta vieja me está comprando. Como le expliqué que estaría a prueba durante un mes, seguro que quiere hacer buena letra, sobornando a mi estógamo. Bueno… ha encontrado al candidato adecuado…

A media mañana, yo estaba aburridísimo y me fui a la oficina del Gordo Gómez, nada más que para constatar que por la ventana entraba un sol maravilloso.

Entre el Gordo y Lorena habían redecorado la oficina y habían colgado plantas, pothus y helechos y con la alfombra de color verde estaba maravillosa.

¡Me dio una envidia! Pero una sana envidia, como dice mi suegra, aunque esté amoratada de bronca.

Debo consultar a un arquitecto para ver si puedo abrir una ventana en mi oficina. Una oficina sin ventana es como la celda de una prisión.

Al mediodía viene Ethel, la tesorera, para invitarme a almorzar a su casa. Me disculpo diciéndole que ya invité a lo de Manolo`s a mi nueva secretaria, para que conozca el lugar y para que el gallego le abra una cuenta y ella pague a fin de mes.

Ethel queda convencida y me mira con dulzura y admiración.

Hay que ser muy macho para ir a un lugar público con semejante esperpento. Me dice al oído muy risueña que mi secretaria deje la guadaña en la oficina..

No pude evitar reírme, pero tiene razón. Con su larga pollera y una guadaña en la mano, sería la viva imagen de la Parca.



Vamos a lo de Manolo`s y el gallego me mira asombrado. Sin que mi secretaria se dé cuenta, me señala un cartel que dice que el lugar se reserva el derecho de admisión.

No le doy bolilla y nos sentamos en una mesita, cerca de la ventana.

Un grupo de empleados de Contaduría intercambian miradas cómplices y uno de ellos dice en voz alta:



—¡Estamos comiendo!



(Esto se acostumbra a decir siempre que alguien dice cosas desagradables en la mesa)

Me hago el distraído, pero esta misma tarde los despediré a todos.

Al gallego lo agarré y le dije que otra broma respecto a Frida, mi secretaria y no vendrá nadie de la empresa a comer acá.

El gallego no sabe si hablo en serio y opta por pedir disculpas.



Busco los legajos de los cuatro empleados de Contaduría y los estudio.

Veo que son cuatro infelices, que entraron por mérito propio y no recomendados por nadie. Así que me voy a Contaduría y le digo a Ethel que me mande a los cuatro bromistas a mi oficina en media hora.



—¿Qué pasa Edy? — me pregunta alarmada cuando le doy los cuatro nombres.



—Voy a despedir a esos canallas —le digo — El motivo se los puedes preguntar a ellos.



En seguida lo busco al Gordo Gómez y le cuento lo sucedido.



—Mi querido tío no me perdonaría jamás si estos miserables siguieran un día más en la empresa —le aseguro muy serio —Se han burlado en un lugar público de una compañera por su…falta de belleza. No les ha importado que estuviera acompañada por mí.



—¡Pero, Edy. Me parece mucho castigo! —balbuceó el Gordo



Lorena escuchaba en silencio con los ojos muy abiertos. Pero, mujer al fin, me dio la razón.



—Claro, hoy insultan a la empleada nueva y mañana será a mí o a otra mujer de la oficina…



—¡Bueno Gómez, basta de sensiblerías! Despídalos ya mismo, bajo mi responsabilidad. Yo aclararé las cosas con mi tío…



—Es que tengo miedo por los del Sindicato —musitó el Gordo.



Ahí intervino Lorena:

—No van a decir nada porque el señor Edy, les envió un cheque para Navidad. Yo lo sé porque yo misma lo hice y lo envié…



El Gordo compungido aceptó. Ya veo que este Gordo no sirve para Jefe de Relaciones Laborales. Así se lo dije.



—…y creo además que la señorita Lorena estaría mejor que Ud., Gómez defendiendo los intereses de la empresa. Me parece que este puesto le queda un poco grande…



El Gordo objetó que esos muchachos eran hasta hace tres meses, compañeros suyos y que era nuevo en este puesto y nunca había despedido a nadie.

Lo fulminé con la mirada y me fui a mi oficina.

Frida no se había dado cuenta de nada y muy amablemente me sirvió un rico café.



—Llame a los de Seguridad, Frida, que vengan —le ordené



Llegaron los dos ursos que también me deben el empleo y le dije a Frida que les sirviera café

Nunca se sabe como reaccionará un empleado despedido y estos eran cuatro y bastante maleducados.

Nunca está de más, prevenir.



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jueves, 28 de abril de 2011

La oficina III

La oficina III



8.45 hs.

Otra vez llegué temprano. Cuando venga el Gordo le voy a poner una cara de perro que no le van a quedar ganas de llegar tarde.

Al llegar al 4º piso, siento un aroma a café que se me hace agua la boca. Sale de la oficina contigua a la mía. ¡Mierda! Es la oficina del Gordo La puerta está abierta y lo veo junto con Lorena, bebiendo café con fruición. El maldito Gordo tiene una taza en la mano y levanta el dedo meñique, el muy maldito.



—¡Hola, Edy! Pase a tomar un cafecito. Está recién hecho —me invita



—Bueno, acepto. Recuerdo que Lorena lo preparaba muy rico…



—¡Qué lástima, Sr. Edy que no tenga crema! Yo sé que a Ud. le gusta con crema…—me dice Lorena muy amable.



La verdad sea dicha. Lorena prepara un café como los dioses, si es que los dioses tomaban café entre trago y trago de Icor. Icor era el elixir de los dioses, según el crucigrama .



—¿Cuándo empieza la secretaria nueva? —me pregunta Lorena



—Hoy lo hará. Espero que ustedes se lleven bien —le contesto.



A las 9 menos 1 minuto llegó Frida, mi nueva secretaria. Le expliqué someramente el trabajo, poniéndo énfasis en las cosas importantes, como preparar un buen café, etc.

Me siento en mi escritorio y me pongo a leer el curriculum que me entregó ayer Frida.

Tiene 55 pirulos, es de Tauro y ha estado solamente en tres trabajos en toda su vida. Conducta ejemplar. Es divorciada sin hijos. También está su foto. ¡Puajjj! Es fea de verdad la pobre.

A la 11 y media me vino a visitar mi mujer. Como anoche le comenté que hoy comenzaba a trabajar mi nueva secretaria, me dice que la quería conocer. Cuando la vió a Frida su rostro se iluminó con una sonrisa.

Menos mal que la elegí a la bruja. Tiene razón mi tío cuando dice que donde se trabaja no se c…

Acompaño a mi mujer hasta la salida, donde estaban varios empleados listos para marcar sus tarjetas de egreso, que cuando vieron a mi mujer apenas disimularon una sonrisa. ¡Claro! Si parezco un marido dominado… Así que para quedar bien la agarro del brazo y le digo con voz grave (como cuando canto Garúa):



—¡Qué sea la última vez que me venís a pedir plata a la oficina!



Mi mujer me miró con bronca, pero se las aguantó y me miró como diciéndome: ¡Ya vamos a arreglar esto en casa!...

¡Mirá como tiemblo!



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miércoles, 27 de abril de 2011

La oficina II

La oficina II



Ayer el día pasó sin mayores novedades. Fui a comer algo rápido en lo de Manolo”s. Almorcé livianito. Un emparedado de bondiola, tres empanadas de carne y dos de pollo, una cervecita y dos porciones de budín de pan con mucho caramelo y un poco de crema chantilly. Este budín de pan es famoso en toda la zona, porque el gallego lo hace espléndido.

No debo comer comida chatarra dice mi médico, así que me abstengo de comer hamburguesas, salchichas o papas fritas.. Me permito comer bondiola porque es la carne más flaca del cerdo. Casi no tiene grasa y es muy sabrosa.

También vinieron a comer algo, el Gordo Gómez y Lorena. Hacen como que no me ven y se sientan detrás de una palmera artificial.

Cuando estoy por pedir un café aparece Ethel la Tesorera. Se me acerca toda mimosa y me pregunta porqué no fui a la casa de ella a comer, como lo hacía antes de irme de vacaciones.



—No quise causarte molestias y además sé que estás de novia con el cadete. Jamás se me ocurriría interferir…



—No seas celoso, tontito. Este muchacho es sólo un pasatiempo. Me atrajo su juventud, paro ya me hartó. Es un bobalicón…



¡Qué Ethel loquita! Lo que no sabe es que ya se me pasó la crisis de satiriasis y seguramente descansaré unos cuantos meses. Ella me ayudó mucho en mi enfermedad y le estoy agradecido…pero nada más.

Así que le aclaro, sin ofenderla, que estoy haciendo buena letra porque de lo contrario, mi tío me va a dar el raje si se entera de algún desliz mío. Y no quise decirle la amenaza de mi mujer. Porque se asustaría si se entera que mi mujer amenazó con castrarme a la primera falta.

Es por eso que andaré un poco reprimido con las señoritas, por pulposas que sean.

A propósito, esta tarde seguramente vendrán algunas chicas por el aviso para secretaria. Trataré de ser ecuánime y justo y elegiré a la mejor, no a la más linda. Lo prometo.

El Gordo Gómez se trasladó a una oficina contigua a esta. La hizo limpiar bien y resulta que tiene una hermosa ventana. ¡Qué boludo que fui! Tendría que haber tomado esa oficina y abrirle una puerta a mi baño privado. Tener una ventana en la oficina es lo máximo. Porque hay que pasar las horas laborales entre cuatro paredes, siempre bajo la maldita luz blanca de los tubos.



15 horas.

Vinieron cuatro señoritas por el puesto de secretaria. Una más pulposa y linda que la otra. ¡Ahh! También vino una vieja, seca como un palo. Tiene mucha experiencia me dice y escribe cerca de mococientas palabras por minuto. Sabe inglés, francés, italiano y ¡ruso! ¡Sí! La muy guacha sabe ruso. Le pregunto burlón si también sabe alemán y me contesta que sí. Que es su lengua natal. Nació en Alemania, la puta que la parió.

Aunque mi otro yo me dice que no la contrate, mi segundo otro yo (porque tengo dos) me dice que si elijo a una de las pulpositas, voy a terminar cantando con voz aflautada el tango “Garúa” que canto muy bien con voz grave y varonil.

Así que la contrato y la pobre vieja no lo podía creer.

Al ver a sus competidoras, ya se había resignado a no conseguir el puesto.

Es que hay cada tipejo en este mundo, que se fijan solamente en el aspecto físico de las candidatas, creyendo tener un levante asegurado.

Por fortuna yo soy un tipo serio y no discrimino a nadie. Aunque muchos envidiosos digan lo contrario.



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viernes, 22 de abril de 2011

La oficina

La oficina.



Resumen de lo publicado hace mucho:

Soy el Jefe de Relaciones Laborales de una pequeña empresa. La empresa es propiedad de mi tío.

Soy un trabajador abnegado y fiel.

Sufro una terrible enfermedad llamada Satiriasis. Consiste el estado de excitación morbosa de los órganos genitales masculinos, que impulsa al individuo a la consumación frecuente del acto venéreo. ( Esto, al menos, es lo que dice el Diccionario Enciclopédico Sopena, tomo V, pág. 199).

Por motivos que no vienen al caso, estuve de vacaciones forzadas hasta hoy, que deberé presentarme a trabajar como asesor del nuevo Jefe de Relaciones Laborales, que es mi buen amigo Gómez, el Gordo.

Este título de asesor me pone en un aprieto. No sé si yo lo debo mandar al Gordo o es él quien me dará las órdenes a mí. No importa. En el camino se arregla la estiba, decía un amigo camionero y así no más debe ser, porque este amigo ya no maneja camiones, se hizo sindicalista y ahora tiene ganas de ser Vicepresidente del país.

Mi querido y respetado tío se está por casar con Lola, que es una chica que le presenté yo.

No conozco al nuevo Gerente. Sólo sé que se llama Daniel Joison.

Espero que no sea pariente de la Delia.

Mi secretaria, ¡bah! mi ex secretaria Lorena, ahora es la novia secretaria del Gordo Gómez. Dicen que se van a casar.

Ethel, la Tesorera está viviendo con el cadete de Contaduría al que le lleva treinta años.

Terminados los chismes, paso a mi primer día de trabajo, después de mis vacaciones.



Lunes, 8.45 hs. AM

Me reciben con grandes muestras de alegría. Trato de subir al ascensor, pero ya está lleno y nadie se comide a dejarme su lugar. No importa. Para el próximo viaje seré el primero en la fila. No hay nadie en la oficina de Relaciones Laborales. Me siento a esperar.



9.30 AM.

Llega el Gordo Gómez de la mano de Lorena. Me saluda secamente con un apretón de manos, bastante falso. Lorena me da un beso en la mejilla, pero la noto distante.

El Gordo me dice:

—Edy, tendrá que pedir a Mantenimiento que le pongan un escritorio en alguna parte… Quizá en el primer sub-suelo…



—Lo lamento, Gómez. Soy el Asesor de la Empresa. Me reporto exclusivamente con el Presidente de la Compañía, mi señor tío. Me quedaré en esta oficina que yo remodelé e incluso le hice construir un baño con puerta blindada, que costeé de mi bolsillo. Así que ya puede ir buscándose otra oficina para Ud. y la secretaria de Relaciones Laborales. A propósito, señorita Lorena. Publique un aviso pidiendo secretaria para mí. Luego que lo haga, busque, por favor, en el Reglamento del Personal, el artículo que dice que los empleados se abstendrán de tener relaciones personales con otros empleados y que no pueden trabajar familiares en la Empresa.



Lorena asintió enrojeciendo. El Gordo Gómez se puso verde de furia, pero se tuvo que contener. Yo estaba seguro que correría a llamar por teléfono a mi tío, pero se iba a llevar una sorpresa. Mi tío se fue de vacaciones al Brasil sin dejar ninguna dirección. Así que el Gordo maldito, por ahora tendrá que obedecer.

¡Yo le voy a enseñar quien soy!! No es que me agrade hacer líos, pero lo justo es lo justo.

Y yo tengo mi lugar ganado hace muchos años en la empresa.

¿Qué se creyó?





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