viernes, 20 de mayo de 2011

La oficina VIII




La oficina VIII

Ya no sé que me pasa. Todo me sale mal. Alguien me tiene que haber hecho una brujería o un maleficio.
Estoy en la cama, pero en la cama de un hospital. Tengo enyesado casi todo el cuerpo. Mi pierna derecha cuelga de unas poleas. Es “tracción” me ha dicho el médico. Maldita sea la tracción y la puta que la parió. Todo esto lo pienso, porque tengo la mandíbula fracturada y no puedo hablar.
La culpa de todo esto la tiene el maldito Gerente. Me dijo que había comprado una buena parte de las acciones de la Empresa de mi tío y en realidad todo era una broma. Me quiso hacer un chiste, conociendo como me gustan las bromas a mí. Pero lo que el muy cretino no sabe, es que me gusta hacer bromas, pero no que me las hagan.
Y yo, inocente y crédulo, les avisé a mis primos que viven en Francia que el tío estaba siendo estafado por Lola, la novia.
Ellos viajaron inmediatamente a la Argentina , para frenar los despilfarros del tío, que los iba a dejar sin gerencia. Son unos inmundos ambiciosos.
Como el tío estaba de vacaciones en Brasil, allá se fueron, aunque yo traté de disuadirlos, diciéndoles que el pobre tío era dueño de gastar su dinero como quisiera, pero mis primos no me hicieron caso y se fueron a Aruba.
Desde allá, mi tío llamó al gerente y este le contó de la broma que me había hecho. Seguramente mi tío también se ha reído mucho de lo inocentón que soy.
Los que no se rieron para nada, fueron mis primos quienes viajaron desde Francia y ahora me vinieron a pedir explicaciones.
Tratando de huir de ellos y de su pedido de explicaciones crucé corriendo la Avenida del Libertador, justo, justo, cuando cambió el semáforo y así me fue.
Para colmo de males me volvió la satiariasis, que es una enfermedad crónica que sufro y que me vuelve de vez en cuando. Consiste en la excitación morbosa de los órganos genitales masculinos que impulsa al individuo a la consumación frecuente del acto venéreo.
Ahora cuando viene la enfermera a ponerme el papagayo para que haga pis, tengo una terrible erección y la gallega maldita, porque es gallega la enfermera, pero de esas gallegas brutas, me aplica unas terribles bofetadas en mi miembro que me hacen ver las estrellas…

—¡Maldito y sucio desvergonzado —me dice

No le puedo contestar porque el yeso me aprieta la mandíbula.
Me alimentan sólo con dieta líquida a través de una manguerita que penetra por un agujerito en el yeso y que entra en mi boca hasta la garganta.
La gallega hija de puta me manda el líquido casi hirviendo, que me quema la garganta y me hace saltar las lágrimas.

—¿Tiene ganas de hacer pis, Don?—me pregunta

Sólo puedo mover los ojos diciéndole que no, pero no me entiende y me toma con dos dedos y me introduce en el papagayo. No puedo frenar la erección y ¡zás! Un cachetazo y luego otro.
¡Maldita! En cuanto me sane, vendré y la estrangularé. ¡Lo juro!

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