jueves, 4 de noviembre de 2010

¿Qué busco?


¿Qué busco?

No lo sé todavía. Salí a la calle enloquecido. Un río de autos amarillos me rodeó. Sus bocinas me ensordecieron y no me dejaban pensar. A lo lejos, nítidamente se escuchaba una sirena. ¿Vendrían por mí? ¿Qué mal les he hecho para que me encierren en una casa de locos? ¿Qué culpa tengo que los fantasmas se metan en mi mente? Yo no elegí ser así. Debo buscar algo. Algo que me dé la solución a mis males. Algo que haga que ya nadie me mire con temor o con odio. He logrado escapar de mis carceleros. No sé por cuanto tiempo. Solo visto un pijamas azul y estoy descalzo. Nadie me ofrece su ayuda. Y lo peor de todo es que no sé lo que busco ni donde encontrarlo. Me esconderé en esa plaza hasta que anochezca y pueda caminar sin que noten mi presencia. Un hombre con unos perros avanza hacia mí, pero los perros me miran, con sonrisas cómplices y sé que nada debo temer de ellos. Un verdadero río de luces imaginan los autos. Las sombras no han llegado todavía a mi mente. Hace tres días que no tomo la medicación. Los he engañado y por eso han descuidado la puerta.
Pero, ¿qué es lo que busco? Anochece. Dejo la seguridad de la plaza y bajo hacia el río. Pocos me miran. Cada uno está ensimismado en sus cosas y yo necesito tanto la ayuda de alguien Por lo menos si alguien me hablara, me preguntara si tengo hambre, si tengo sed, si tengo familia. Junto al río varios hombres andrajosos están junto a un barril de metal, donde han hecho un fuego. Me miran con curiosidad cuando me acerco, pero siguen impasibles.
De pronto veo el río. El río que tanto he amado. Comprendo de súbito, quien soy. Soy un marinero de río, que navegaba en las enormes barcazas trayendo arena de la costa del Uruguay. Me regreso donde los hombres se calientan las manos y les pregunto la fecha de hoy. ¡Que amargura! Han pasado siete años, desde mi último recuerdo. Pero al fin lo encontré. Lo que buscaba era el rio. Mi río. Donde debo descansar antes que las sombras invadan mi mente otra vez. Me duele la cabeza, señal que los demonios se acercan. Corro hacia la orilla y mi viejo amigo, el río, me recibe abriendo sus brazos en un abrazo eterno.

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