domingo, 31 de octubre de 2010

Pobre mi sicólogo

Pobre mi sicólogo

Después de muchas vueltas, decidí visitar a mi sicólogo. En realidad yo no creo que lo necesite, pero ante la insistencia de mi hermana y sus indirectas (lavó y planchó la camisa de fuerza que me pusieron una vez, pero antes la tuvo tendida al sol durante horas, lo que motivó que vinieran de visita todos los vecinos curiosos). Me rendí y le pedí hora de consulta a Andrés, un sicólogo que ya me atendió un tiempo y no llegamos a nada.
—¡Edy! ¡Amigo de mi alma! (siempre se hace el amistoso) ¿Qué te trae por acá? ¿Qué te duele? ¿El alma o el corazón? ¿O es que tu mente se rebeló contra la cordura? Jajaja
—¡Sos un reverendo hijo de puta, Andrés! (siempre lo trato confianzudamente) ¡Si no fuera por los locos, te cagarías de hambre!
—Por favor, Edy...Nada de indirectas...

Lo miré bién al boludo. Estaba más flaco. Él cree que se parece a Nicholas Cage y hace poses, quedándose pensativo y levanta las cejas, haciendo grandes pausas al hablar, lo que me saca de quicio y me deja histérico. Todo lo que le diga le resbala. Le puedo insultar a la madre y se sonríe. Lo insulto a él y se ríe a carcajadas. No sé como hacerlo enojar. Hace años me oriné en su diván, al que su madre cambiaba de funda todos los días y desde entonces le mandó hacer una funda de cuerina impermeable. Siempre se recuerda de ese episodio y me hace la consabida pregunta:
—¿Tienes puesto el pañal, Edgardito?
Seguramente me salen chispas de los ojos, porque se ríe a más no poder.
—¡Bueno! —le digo —Dame un horario semanal de visita, pero te advierto que vengo nada más que por complacer a mi hermana...
—Si te sientes bien, ya tenemos ganada la mitad de la pelea. Un poquito de cooperación de tu parte y quedarás como nuevo.

Me da pena este chabón. Es mucho más inseguro que yo y le tiene terror a las mujeres. No es que no le gusten, sino que es demasiado tímido y vergonzoso. Claro, no es argentino. Es peruano y se recibió acá en la Argentina y se quedó para no volver al Perú donde lo esperaban una madre castradora y una novia impuesta por su familia que lo único que la diferenciaba de una morsa era que la morsa no tiene tanto bigote. Esto me lo confesó en una borrachera que tuvimos en una casa alegre, de chicas alegres, donde lo llevé para que conociera a una mujer, cosa que no logró, por un problema de erección.
Al igual que yo, es socio del Club del barrio, donde fue objeto de una persecución implacable por parte de varias madres que lo querían enganchar con sus hijas. Ser sicólogo en la Argentina es ser un buen partido, o al menos era, ya que actualmente, la mayoría de los choferes de taxis, son sicólogos fracasados. Su enorme timidez lo alejó del Club y se dedicó nada más que a su trabajo, y a viajar a los Simposios más extravagantes. Tiene certificados y diplomas en todas las paredes de su consultorio. No sé si es un buen o mal sicólogo, pero aquí estoy.


—continuará...

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