jueves, 29 de abril de 2010
El perdón
El perdón.
No podía dormir. El sueño se me había esfumado. Me levanté y salí al patio trasero de mi casa. Hacía calor y al fondo se escuchaba el murmullo de música y risas. Seguramente Soleli tenía alguna fiesta. Decidí ir a espiar, así que me acerqué al muro divisorio, pero no tenía ganas de treparlo y rasparme los codos como siempre, así que fui al cuartito de las herramientas y saqué la escalera que mi hermana usa para podar los frutales. ¡Bah, un naranjo y la morera!
Subí por la escalera y pude ver claramente el fondo de la casa de Soleil.
Efectivamente, había una docena de chicos y chicas bailando y tomando cerveza. Alcancé a reconocer a Erika y su hermano, a Jessica, a la hija del coreano y a varios otros que conocía del Club.
Me dieron ganas de bajar y estar con ellos, pero estaba vestido solo con el pijamas y en pantuflas. Me quedé apoyado en el muro, observándolos con envidia cuando Soleli me descubrió y me gritó:
—¡Vení, Edy! ¡Bajá! ¡Vení a bailar!
—¡No puedo! ¡Estoy en pijamas! —le contesté.
Entonces Erika agarró una escalera que el viejo López tiene apoyada en el otro extremo de la casa y la colocó en el muro frente a donde estaba yo. Subió por ella y se me quedó mirando. Su cara a diez centímetros de la mía.
—¿Porqué me andas esquivando, Mauri? —me preguntó.
Ella es la única que me llama Mauri, mi segundo nombre.
—¡Tú lo sabes mejor que yo! —le contesté sin rencor.
—Lo que pasa es que te olvidaste de nuestro trato. Habíamos quedado que saldríamos juntos, pero con total libertad, sin compromisos sentimentales. ¡Tú mismo me lo propusiste así!
—¡Sí, es verdad! Pero yo siempre creí que serías menos fría con tus sentimientos. Que llegado el momento del no va más me lo dirías, como yo lo hubiera hecho y no mostrarme los hechos consumados.
Se rió, mostrándome esa boca maravillosa llena de dientes, que algún día se los contaré, porque no pueden ser sólo 32.
—Jamás imaginé que ibas a ser tan celoso. Yo nunca te exigí fidelidad y bien sé que más de una vez me faltaste.
—Creo que me usaste como un objeto sexual. Me usaste bien y luego me arrojaste a la basura. Además creo qu....
No me dejó terminar de hablar. Subió un escalón más y me besó dulcemente, pared de por medio. Cerré los ojos, recordando esos versos de Benedetti (que tanto te gusta):
“Hacía mucho que no encontraba a esta mujer,
de la que conozco detalladamente el cuerpo
y creía conocer aproximadamente el alma”
Los muchachos, abajo, comenzaron a aplaudir y a silbar, festejando la reconciliación.
¿Logrará Erika hacerme olvidar mi desencanto? No lo sé. Solo sé que yo soy el dueño de mi destino, yo soy el capitán de mi alma.
Este es un capítulo de mi libro “Mi hermana y yo” .
Si desean pueden bajarlo gratuitamente poniendo el siguiente código en el Buscador:
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