domingo, 31 de mayo de 2009

Los bomberos del pueblo


Estos son los bomberos de mi pueblo, posando para la posteridad en un día de mucho trabajo.
Se estaba quemando el viejo Hotel del Sindicato de Trabajadores Ecológicos. Aclararon que no había nadie adentro. Después aprovecharon las brasas para hacer un regio asado con muchos chorizos y bien regado con …¿con qué, piensan ustedes? Por supuesto con agua…

Damas del pueblo


En la entrada anterior les decía que en mi pueblo lo que sobran son mujeres. Lástima que casi todas son jubiladas, solteronas, viudas, separadas que se vienen a vivir acá, porque los alquileres son baratos, los alimentos también, hay pocos políticos y la institución que más empleados tiene es la de Bomberos, que son 14, entre los que me cuento, como voluntario.
Este sábado vinieron estas deliciosas (¡puaj!) damitas a invitarnos al baile de esta noche en la parroquia.

Coquetería canina


Perro coqueto como este no he visto nunca. Siempre pensando en un lifting, en una pequeña cirugía, en un buen manicuro, etc. Debe ser porque en este pueblo hay pocas perritas y muchos machos, y la competencia es enorme. Por suerte entre los humanos es todo al revés. Lo que sobran son mujeres. A Dios gracias…

Mi hermano gemelo


Mi hermano gemelo era más blanco que yo. Tanto, que le diagnosticaron falta de hierro en el organismo y lo medicaron tratando de corregir esa falla. No hubo caso. Seguía siendo blanco como un papel. Desgraciadamente todo cambió cuando se incendió la cuna en que dormía. Pero aún así algunas mujeres lo encuentran muy atractivo y él se jacta diciendo que estuvo en un safari por Uganda y que tomó mucho sol. Muchas le creen.

La viuda alegre


¿Quién no ha escuchado “La viuda alegre”?
Pero a mi entender, esta hija de p. se pasó. Por lo menos debería haber esperado llegar a su casa después del entierro y entonces festejar. Lo que no sabe es que el finado se gastó toda la plata en mujeres fáciles y fumadoras. Se lo tiene merecido.

sábado, 30 de mayo de 2009

Mi nuera es una yegua!!!


Que mi nuera es una yegua nadie lo puede negar y esta foto lo demuestra...

Mi nietito


Mi nietito es todo un catador. Sabe distinguir entre el blend escocés y el nacional.

Parece menor pero tiene 37 añitos.

viernes, 29 de mayo de 2009

Cambio chancho por corderos



Cambio chancho por corderos

Ayer estuve con mi vecino, don Aramís, tomando unos vinitos. Le encanta el Cabernet Sauvignon y doña Sofía, aunque a regañadientes nos trajo una picadita de salamines, quesos varios y unas aceitunas grandes como huevos de gallina que me mandaron unos amigos de Chile, del norte, del valle de Azapa en la localidad de Arica. Creo que lo pude convencer al viejo que no matemos al chancho. Es muy peligroso comer chancho con esta epidemia, le mentí y nosotros a nuestra edad somos víctimas fácil la fiebre porcina. Le ofrecí en cambio cuatro o cinco corderos para que los mate y los comamos de a poco. Le hablé de la pierna de cordero bien adobada y asada en la cruz de la parrilla y la viejo se le hacía agua la boca. Doña Sofía se ofreció para preparar uno de los corderos en el horno de barro y yo podría también llevar otro de los corderos a la panadería, donde el Gordo Poirot los cocinaría hasta que estén dorados y crujientes. Lo único que me cobra el gordo es una botella de buen ron para preparar “daiquiris”. No sé donde leyó que un gran escritor que se llama como él, solo bebe daiquiris desde que se levanta hasta que se acuesta. Quiere imitarlo para ver si bajan las musas, ya que tiene veleidades de escritor y “pueta”.
No sabemos como vamos a llevar al chancho hasta la quinta de mi primo Perico, quien me va a dar cuatro o cinco corderos en cambio. Le dije que trajera los corderos de a uno en su moto y después veremos como llevamos el chancho. Estuvo de acuerdo.
Así que ya tengo solucionado el problema de matar al bendito chancho y además voy a comer cordero hasta que me harte.
Soy un tipo inteligente. Si usara mi inteligencia para ganar plata, ya sería varias veces millonario que ¡Otra que Bill Gates!!

martes, 26 de mayo de 2009

Don Sata me vino a cobrar


Don Sata vino a cobrarme.

Lo encontré en la calle Corrientes. Nos fuimos a tomar algo al Café Paulista. Pedí un cortado y don Sata pidió una cocacola. Allí me sentía seguro, rodeado de tanta gente. No me haría ningún daño delante de tantos testigos.
—Lo siento mucho, Honorable Repugnancia, pero todavía no he podido reunir el dinero que usted dice que le debo.

—Eso está fuera de discusión. Lo que me debes me lo debes. Y negociaremos la forma de pago…

—Le pagaré en pequeñas cuotas, Vuestra Alteza Sifilítica.

—No hay problema, solo que eso aumentará el interés.

—Pero Señoría de las Jaquecas Femeninas Frígidas. Estaré de acuerdo en el mismo interés que me cobraría el Banco.

—¡Maldito mequetrefe! ¡Yo no soy un Banco!

—Escuhe, Mi Señor de las Polución Nocturna de Cuenteros Cajetillas, no me haga levantar la voz, porque me estoy enojando…

—¡Mirá como tiemblo, pedazo de pelotudo! ¿Crees que podrías conmigo?

—Claro que sí, Oh, Gran Montón de Estiércol Putrefacto. Para algo estudié Karate…

—Ja,ja, ja

—Sí, ríase no más, Eminencia Agusanada, pero el que ríe último ríe mejor, Oh Emperador de los Sapitos Aplastados en la Carretera.

—¿En verdad estudiaste karate?

—Claro que sí, Oh Vuestra Alteza de los Basurales del Tercer Mundo. Soy nada menos que cinturón blanco.

—Está bien. Dime tú entonces, el importe de cada cuota mensual

—¿Mensual dice? ¿Está loco? Oh Rey del Excremento de Elefantes Diarreicos…

—¿Y cada cuánto tiempo me pagarás entonces?

—Yo había pensado en cada año bisiesto Oh, Sultás de las Alcantarillas Tapadas en Días de Lluvia

—No sé, no sé…

—Por favor, Amo de lo Escatológico, Vuestra Gracia Pedorra, Oh, Gran Feto de Tripanosoma Canino. Tened piedad de mí, Gran señor de la Oscuridad Absoluta, Vuestra Miasma Odorífera…

—Estás muy inspirado hoy. Solo por eso te voy a aceptar tu miserable oferta

—¡Gracias, gracias, Gran Señor de los Amigos de Malos Pensamientos

—Estuviste muy flojito con mis títulos honoríficos, en el día de hoy… Me voy. En cualquier momento te pasaré a visitar

—¡Andate a la puta que te parió!

sábado, 23 de mayo de 2009

El chancho porcino



El chancho porcino

Este asunto del chancho ya me tiene podrido. Mi vecino, don Aramís quiere que la carne sea tiernita y sabrosa, para lo cual tiene una receta que trajo de los Apeninos, su tierra. Consiste en alimentar al cerdo, en sus últimos días, con delicadas mazorcas de maíz tierno, acompañadas de unos buenos tragos de alguna bebida alcohólica.
Doña Sofía a escondidas mías, le regaló un cajón de whisky “Johnnie Walker” Black Label, escocés (pero de Escocia, eh) que lo tenía guardado para las ocasiones solemnes. Cuando me di cuenta y la recriminé diciéndole que era un legítimo escocés, me contestó diciendo que ella no le iba a dar al pobre animal un whisky berreta, como el que se fabrica acá.
Corrí a la quinta de don Aramís y logré rescatar un par de botellas que aún quedaban. El chancho y don Aramís dormían la mona como dos angelitos. ¡Qué hijos de puta! Al pasar le tiré una patada al maldito chancho y me retrucó con un eructo y una flatulencia que me hicieron correr a la puerta.
Ya en mi casa bajé al sótano con papel y lápiz, dispuesto a hacer un inventario general de mis bebidas.
Solamente quedaban tres botellas de Ron Bacardi Oro importadas de Cuba hace como mococientos años. Las botellas de Gin inglés Tanqueray habían desaparecido. Sólo quedaba una caja de Gin Burnett`s y curiosamente estaban completas las dos cajas de Grappa Pinot Grigio (Buiese) que me mandó mi hermana. Doña Sofía sabe que con mi hermana no se jode. El Tequila José Cuervo Especial había casi desaparecido. Solo una cajita con 6 botellas estaba solitaria en un estante. Decidí parar el inventario ahí. Tenía miedo que me viniera un infarto. Subí a la cocina a tomar un vaso de agua. Doña Sofía canturreaba entredientes y me miraba desafiante. Seguramente esperaba que yo explotara, para así ella contestarme que hacía seis meses que no le pagaba el sueldo ni los pequeños préstamos que me hizo. Decidí callarme y no darle el gusto.
No pienso amargarme el día.

jueves, 21 de mayo de 2009

La fiebre porcina al acecho

La fiebre porcina al acecho.

Mi vecino me despertó a las cuatro de la mañana con un telefonazo a mi celular. Seguramente se lo dio doña Sofía porque yo no le paso mi número a ningún hombre

—Edy, perdoname pero vamos a posponer la carneada del chancho…

Casi salté de alegría. Todavía no había encontrado una excusa para evitarme el mal rato.

—Primero lo voy a hacer revisar por el veterinario. No vaya a ser que tenga esta enfermedad chanchuna. Influencia, que le dicen…

—¡Ahh, sí! La infuenza porcina

—Eso, eso

—Gracias por avisarme, así seguiré durmiendo, porque ya me iba a levantar para darle una última afilada a mi facón.

Me miró con admiración. No cualquiera usa un facón, ya que esto significa que el que lo tiene encima, está dispuesto a pelearse con cualquiera que lo provoque, sin echar un paso atrás.
Creo que ya les había contado de este vecino, que me odiaba porque yo le había puesto a un de mis perros, como nombre: Mussolini. Cuando murió Mussolini me regalaron otro perro. Un enorme Dogo de Burdeos y este sí que se parecía a Mussolini. La misma cara, al menos como yo lo he visto en fotos, pero doña Sofía me pidió que lo llamáramos Boby.
Al menos ahora tengo tiempo para encontrar una buena excusa y no ayudarlo a matar al pobre chancho. Estoy seguro que me desmayaría.
El vecino, don Aramís, quedó agradecido por lo del Boby, porque seguramente esperaba y con mayor razón que le pusiera Mussoloni Jr.
Siempre viene a tomar mate con doña Sofía y le trae frutas de sus frutales y toda clase de hortalizas que el mismo cultiva en su huerta. A veces me da miedo que se quiera conquistar a la doña, porque como ambos son viudos… Espero que no sea así, porque yo no podría vivir en el campo sin ella.

miércoles, 20 de mayo de 2009

La fiebre porcina

Hace ya cerca de un mes que comencé este blog. Me costó mucho arrancar porque no sabía una pepa de computación y a pesar de la ayuda que me brinda mi amiga Mariela Torres, poco es lo que he aprendido.
Todavía no sé como subir una imagen, porque cada vez que trato de hacerlo me sale la advertencia de que no se pudo subir debido a un error interno.
Algún día aprenderé a subir fotos, imágenes y tuticuanti.

Vivo en la provincia de Buenos Aires, más exactamente en Pilar, en la localidad de Derqui. Famosos son aquí los whiskys importados. Por ejemplo dicen que el Vat 69 que fabricamos acá, es muy superior al verdadero y el blend del Ballantine`s supera en mucho al original.
Pero lo que quería contar es otra cosa. Un vecino, de cuyo nombre prefiero no acordarme, me invitó a comer chancho el próximo Sábado.
Lo único que me pidió es que lo ayude a carnearlo. Yo, en mi puta vida he carneado un chancho y se lo dije para que no solicite mi ayuda. Pero argumentó que él, algo sabía porque había carneado lechones y cerdos.
—Pero acaso, cerdos y lechones no son chanchos? —le pregunté sorprendido. Y ahí me enteré que un chancho es un cerdo de más de 400 kilos, de sabor algo feraz (que palabrita ¿ehh?) y que rinde lo suficiente de carne, grasa y todo lo que se aprovecha de él, lo suficiente para que una familia pase el invierno.
Me llevó hasta el chiquero a verlo. ¡La puta! Es un enorme animal que de tan gordo que está no puede casi tenerse en pie.
Me miró con unos ojos tristes que me partieron el alma. Mi vecino continuaba parloteando:
—Van a salir muchos kilos de grasa fina. ¿Sabías que la grasa de cerdo es la mejor para hacer el pan? ¡Y los chicharrones! Vamos a hacer morcillas, chorizos de todo tipo, jamones, etc.
—¡Pero hay que matarlo!
—El mecánico de los tractores va a traer el camión grúa, así lo colgamos para carnearlo. Mañana, venite a eso de las seis de la matina, así lo degollamos y enseguida lo colgamos para juntar la sangre con la que fabricaremos las morcillas…
Me fui a mi casa, donde vomité hasta el alma, si es que tengo.
En realidad no se cómo salir del paso. Creo que le voy a decir que tengo miedo a la fiebre porcina y que soy tan melindroso que incluso dejé de chatear con una amiga de México, por temor al contagio. Ni en pedo voy a ir a matar un chancho.

sábado, 16 de mayo de 2009

Don Sata y yo

Don Sata y yo.

Me acosté temprano, porque había estado toda la tarde jugando a las cartas en el bar de la esquina y tomando unas copitas de licor. Resultado: a las once de la noche me caía de sueño, así que me fui al sobre.
Desperté ante unos zamarreos que me daba una persona. Estaba sentado en el borde de la cama y me miraba fijamente. Sus ojos parecían que despedían fuego.
Lo reconocí enseguida. Era don Sata. Era nada menos que el Diablo.

—¡Despierta boludo! —me dijo cariñosamente
Me senté en la cama y le contesté también con cariño

—¿Qué mierda hacés aquí? Yo no tengo nada que ver con vos. Nuestras cuentas ya las arreglamos hace tiempo y no te debo nada.

—Pero Zummcito, te olvidaste que me debés cien luquitas que me mandaste pedir con tu cuñado?

—¡Mentira! ¡Yo no te pedí nada! Si el maldito de mi cuñado te pidió algo, cobráselo a él.

—¡Bajando el tonito y no te olvides de tratarme con el respeto que merezco! Debes dirigirte a mí con los títulos honoríficos que siempre me has dado.

—Disculpe usted, Señor de los Infiernos. Pero yo no le he pedido nada

—Lo que me debe tu cuñado, me lo debes tú, que eres el garante de él.

—Pero, Su Excelsa Fealdad, eso es injusto

—¿Quién en esta vida puede decir lo que es justo o no?

—Le suplico Su Honorable Repugnancia que lo piense bien. Además Su Gracia Pedorra, no tengo un peso.

—Pero tenés un almita que algo debe valer…

—¡No, Gran Señor Masturbatorium Rex, Mi alma no vale nada. Siempre he sido una mala persona…

—Tendré que ver tu prontuario en el Infierno

—Le juro Su Burbuja de Pedo Envasada al Vacío, que casi no tengo alma.

—Alguien me tendrá pagar las cien lucas

—¡Yo nó, Gran Visir de los Trolos Arrepentidos, yo no!

—Y ¿Quién entonces?

—Mi cuñado, Oh, Guardián del Mal Camino de las Chicas Fáciles y Fumadoras. Sí, mi cuñado.

—Pero a vos te tengo más a mano. Tu cuñado vive en la loma del peludo y es bastante peligroso andar de noche en ese barrio.

—Pero, Su Gran Marranada, usted es el Demonio. No puede tener miedo…

—A veces también tengo miedo

—No puede ser Oh Gran Colonizador de las almas deshonradas y zurcidas

—Mirá que el miedo no es zonzo

—Pero Impertérrito Señor de la Cagarrutia Felina, muestre su valor, que lo tiene y mucho

—Por eso me gusta tratar con vos. Los tíitulos honoríficos que me pones me llenan de orgullo

—Oh, Gran Chef de los Platos Exóticos con Perejil, usted se los merece

—Ya lo sé y me alegra que me los reconozcas

—Siempre lo hago Oh, Gran Señor de las Cagadas de Perro Pisadas Descalzo

—Debo reconocer que así es, pero igual me debes la guita

—Oh, Gran Príncipe de la Suciedad de los Baños de la Cancha de River, después del Cocierto de los Rolling Stones, Por lo menos deme un plazo para poder conseguir el dinero, Oh, Gran Chef Catador de la Lepra Licuada

—Te puedo hacer otro préstamo, si tu quieres

—Ejem, estaba por decírselo, Oh Sheik de los Orgasmos de Víboras de Sangre Caliente, pero veo que usted como Gran Visir del Escorbuto Marinero, me lee el pensamiento


—Te voy a dejar otras cien lucas, porque hoy estoy bondadoso

—Gracias, Gran Señor de la Jalea de Cerebros de Obispos

—La próxima semana, me daré una vuelta por acá, a ver si conseguiste mi platita

—Está bien, Oh Gran Campeón de las Escupidas a Distancia

Tendré que agarrar a mi cuñado y darle una buena paliza para que me de la plata. ¿Porqué será que cuando uno se humilla tiene que decir Oh?

jueves, 14 de mayo de 2009

El agujero negro

El agujero negro

El agujero negro. (relato verídico, salvo por algunas cositas)

—¡Señoras y señores! Tengo el placer de presentar un nuevo número, traído de las lejanas estepas siberianas por Iván, un mujik de los campos cubiertos de nieve. Este campesino ruso, de origen humilde, que no habla otra cosa que el dialecto de su aldea, me ha mostrado este acto increíble, que no he vacilado en contratar a un precio increíblemente alto, que por poco no me ha dejado en la ruina total.
Sin embargo y por el inmenso cariño que tengo a mi público que me acompaña, temporada tras temporada, he hipotecado la carpa principal de este circo, para poder completar el pago total a este ignorante campesino que desconoce lo que significa la confianza y el crédito.
Sin más palabras que añadir, dejo con ustedes a este artista, para que juzguen ustedes mismos la calidad del espectáculo que presento.

No pude evitar un bostezo, que mi sobrinito aprovechó para introducirme en la boca un puñado de palomitas de maíz.
Le había prometido llevarlo al circo, en cuanto viniera al pueblo alguna compañía que no trajera animales. Este era un circo chico, pobre y muy mal entrazado, pero era lo que había en ese momento y mi sobrinito me exigía que cumpliera mi promesa.
Así que haciendo de tripas, corazón, nos fuimos al circo.
Un enorme cartel recién pintado, anunciaba que ese día era el estreno de un nuevo y sensacional número. El Mago Iván, un campesino ruso que con su bolsa maravillosa, provocaría el asombro del distinguido público.
Yo me había prometido que en cuanto mi sobrino comenzara a aburrirse, aprovecharía para salirnos de ahí y trataría de convencerlo de ir a tomar un helado.
El espectáculo era francamente deplorable. Dos o tres payasos y un enano hacían lo posible por divertir a los niños, ya que a los grandes no lograban que esbozaran una sonrisa.
Mi sobrino seguía firme en su interés por ver el espectáculo completo.
Miré la hora y calculé que el acto del mago ruso no podría durar más de media hora. Así que me dispuse a ver al ruso de marras.
Luego de la presentación del animador, se apagaron las luces y apareció el supuesto campesino siberiano.
Lo habían vestido con botas y un alto gorro de piel, para dar la impresión que todos tenemos de un cosaco. Lo acompañaban dos perros siberianos de ojos de distinto color. Traía arrastrando una bolsa vacía de tela gruesa o lona, muy similar a los forros de los colchones, casi del tamaño de un colchón de dos plazas.
Junto con él, los tres payasos y el enano entraron empujando un carro de cuatro altas ruedas. Esta carreta venía colmada de las más diversas cosas.
Alcancé a ver dos escaleras de ocho escalones, varias maderas, un montón de cajones llenos de frutas y otros con tomates, varios tambores de plástico, escobas, tres tarros lecheros grandes y un sinnúmero de cosas más.
El ruso se subió a una de las escaleras, sujetando el borde de la bolsa que llegaba hasta el piso.
Los payasos comenzaron a arrojar dentro de la bolsa, entre saltos y contorsiones, todos los objetos que estaban en la carreta.
Traté de imaginar el truco y la forma de realizarlo, ya que salía perfecto.
La bolsa estaba apoyada en la arena y no se llenaba nunca.
Con asombro vi que los payasos estaban desarmando la carreta y comenzaban a meter en la bolsa las enormes ruedas, los ejes de acero, las barandas y el fondo de la carreta que entraron con facilidad.
Esto era simplemente imposible.
Para colmo, el ruso bajó de la escalera y comenzó a doblar la bolsa que creámoslo o no, se notaba completamente vacía. Quedó sólo un pequeño bulto que el ruso se puso debajo del brazo y se fue entre pocos y tímidos aplausos.
El público se notaba defraudado, seguramente porque el mago no tenía ninguna bella asistente como tienen casi todos los magos, con el sólo objeto de desviar la atención.
Mi sobrinito tironeaba de mí, porque quería volver a casa. Decidí llevarlo y regresar enseguida porque estaba dispuesto a averiguar el funcionamiento de este sensacional acto de magia.
No me podía quedar con semejante intriga…

*******

Volví al circo casi de inmediato. Algo sucedía allí en ese momento. Muchas luces estaban apagadas y los trabajadores estaban desarmando las gradas en forma apresurada. Me dirigí al carromato que uno de los peones me indicó como perteneciente al dueño. Se escuchaban voces airadas. Eran, según pude deducir, el dueño y el ruso. Entreabrí la puerta y miré al interior. El ruso estaba sentado en una silla bebiendo de una botella y parecía borracho. Contestaba con monosílabos a los gritos furiosos del dueño.

—¿Dónde fue a parar la carreta, campesino miserable? —gritaba el patrón del circo
—¿Y dónde dejaste la escalera y los tarros de la leche, maldito? ¡Todo eso cuesta plata…

El mago ruso sonreía tontamente mientras bebía y le contestaba en su idioma, algunas palabras que evidentemente el dueño no comprendía.
Estaba verdaderamente enojado y tuve que carraspear tres veces para que se diera cuenta que alguien más estaba en el carromato.

—Y usted ¿qué quiere aquí? —me espetó amenazante

Lo miré fijamente y entonces recordó que yo era el Jefe de Policía que lo había autorizado a armar su circo en el baldío al lado de la plaza.

—¡Oh, perdone usted, camarada comisario! Discutía con este rústico hombre de la Rusia atrasada, que no quiere entender que debe devolverme los objetos que le facilité para su deplorable acto. Lo que más me duele es la carreta y los tarros de la leche que son muy caros porque son de cobre…y pagué muy caro por ellos a los gitanos…

—¡Seguramente los hizo desaparecer de verdad! —le dije

—¡Imposible! Hasta el mago Gavrila que hacía desaparecer un elefante, después lo hacía aparecer en el mismo corral…

—¡Sí! Recuerdo a ese mago. Estuvo aquí el año pasado, pero era un truco muy bien hecho. Trabajaba con un sistema de espejos que engañaban totalmente al espectador.

—Así es. Todos son trucos. Algunos mejores que otros, pero este animal se emborrachó y no me dice donde están mis cosas…Quizás a usted se lo diga, camarada comisario, si lo encierra un par de horas o le aplica unos buenos latigazos. Sólo así obedece esta gentuza…

Me rasqué la cabeza, pensativo, mientras el dueño del circo se apresuraba a servirme un vaso de vodka.

—A las seis de la mañana nos vamos, camarada comisario. Me encantaría recobrar mis cosas, sobre todo la carreta. Y también usted se sentirá encantado con el regalo de agradecimiento que le voy a dar…

—¡Está bien! Me lo llevo junto con la bolsa. Si no llego antes de las seis de la mañana, significará que no he podido sacarle nada y usted deberá dar por perdidas sus cosas…

—Y usted deberá dar por perdida su recompensa —masculló en voz baja.

Agarré al borracho de un brazo y traté de arrastrarlo a la salida, pero era un robusto mujik y se resistió. Me vi obligado a desenvainar mi sable y darle un planazo por el lomo. Se le oscurecieron aún más los negros ojos y me vi cuenta que era un pájaro de cuidado. Le apoyé la punta del sable en los riñones y lo obligué a caminar en dirección al cuartel.

******

Ya en la comisaría tuve que despertar de un patadón a Boris, mi asistente y único personal subalterno a mi cargo.
Ser Jefe de Policía en este pueblo es como ser rabino en el Vaticano.
Ya llevo dos años y jamás nadie ha ocupado el único calabozo del cuartel, salvo por Boris quien aprovecha el jergón de paja para dormir sus largas siestas.
Me mandaron a este pueblo perdido de la mano de Dios, porque en el Comisariato sabían que acá vive mi hermana y seguramente pensaron que yo no iba a protestar por el traslado. Claro que no protesté. Después del extenuante juicio, había quedado sin ánimos para ninguna protesta y acepté mi destino.
Para matar el tiempo, en este solitario pueblo, adquirí un libro de trucos de magia y me había entusiasmado tanto que cada vez que venía al pueblo algún circo trashumante y traía a algún mago, lo invitaba a que me enseñara sus trucos y engaños.
Con Boris logramos hacer sentar en el jergón al mago ruso, quien seguramente estaba acostumbrado a los calabozos de campaña, porque se acostó en el camastro y enseguida se quedó dormido.
Boris me interrogó con los ojos y me encogí de hombros:

—El dueño del circo lo acusa de robar algunos objetos y meterlos en su bolsa…

—Revisaré la bolsa, porque es una bolsa muy grande, pero parece estar vacía —contestó el bueno de Boris

—Revise bien, camarada Boris, porque puede haber alguna joya —le dije mientras me dirigía hacia la enorme chimenea a calentarme las manos. De noche la temperatura en este pueblo baja a menos de cero grado, incluso en verano, como ahora.
Me serví una copa de cognac de una botella que me regaló hace más de seis meses, un Inspector de Trabajo y Producción quien vino al pueblo por una queja que alguien presentó allá, en el Sub-comité, exponiendo que en este pueblo no había producción alguna. El camarada Inspector solamente encontró a dos hombres en la aldea. Yo y el camarada Boris.
El resto de la población estaba compuesta por ancianas y niños y una treintena de muchachas. Quizá haya sido esto lo que me mantiene aún en este pueblo. Parece ser que todo hombre que viene, siente unas ganas de quedarse para siempre. El camarada Inspector se quedó dos semanas aduciendo el mal estado de los caminos y la enorme cantidad de nieve acumulada en ellos. Tuve que mandarlo de vuelta a la ciudad, mejor dicho al Comisariato, atado como un arrollado de carne de carnero.
Solo le faltaba revestirlo de páprika para que pareciera un goulash.
El bueno de Boris extendió la bolsa en el suelo y de rodillas sobre ella, la palpó íntegramente con sus palmas abiertas.

—Parece que está vacía…pero… aquí en el fondo hay algo duro —dijo

Siempre de rodillas abrió la abertura superior de la enorme bolsa y se deslizó dentro de ella

Agregué unos leños a la chimenea y me acerqué cognac en mano a ver que encontraba Boris dentro de la bolsa. Estaba completamente metido dentro de la enorme bolsa y notaba sus movimientos dentro de ella.
De pronto la bolsa pareció desinflarse y quedó extendida en el suelo, como una alfombra de mala calidad.
Quedé sorprendido. A simple vista se notaba que la bolsa estaba vacía y para corroborarlo me puse a caminar sobre ella hundiendo con fuerza los tacones de mis botas, tanto que las pequeñas espuelas tintineaban con argentina cantinela.
Quedé horrorizado. El buen Boris había desaparecido dentro de la bolsa. No lo podía creer. Para asegurarme desenvainé el sable, abrí la bolsa y moví el brazo en varias direcciones, dando sablazos a diestra y siniestra y de pronto sentí que alguien o algo me tiraba el sable hacia adentro y me lo quitaba de la mano.
Di un salto hacia atrás y corrí a la pared de la chimenea, donde tengo colgado como adorno mi fusil Máuser, siempre cargado y disparé toda carga contra la maldita bolsa. Quedaron unos lindos agujeros pero nada más. Ni rastros del camarada Boris.

*****


No pude dormir en toda la noche y sentado en el viejo sillón de mi escritorio y arropado con una piel de oso y un gorro de piel de marta cibelina, recuerdo de tiempos mejores, me terminé de beber el cognac que pensaba hacer durar un par de meses más.
Debería comunicar todo esto a la Comandancia y pasaría meses explicando esto y aquello a un grupo de burócratas, que terminarían no creyéndome y seguramente enviándome a cumplir funciones a Siberia.
A todo esto el Mago ruso había despertado y gritaba como loco en el interior de la celda. Yo no entendía su dialecto, que parecía ser el de una ciudad llamada Wjernoleninsk o de Jekaterinodar.
Como continuaba aullando frenéticamente y su físico recio de campesino constituía un peligro para mi humanidad, le apliqué un culatazo con el Máuser a través de los barrotes. Le tuve que aplicar un segundo golpe para derribarlo. Abrí la puerta de la celda y lo arrastré hasta la bolsa. A duras penas comencé a empujarlo al interior de ella. Para terminarlo de introducir me senté en el suelo y poniendo un pie en cada hombro lo comencé a empujar. De repente con una mano me agarró el pie derecho y antes que me hiciera nada, una fuerza extraña lo succionó al interior y su mano se llevó mi bota que tenía agarrada. Rodé por el piso para alejarme de la boca de la bolsa.
Ya no tenía dudas. La maldita bolsa estaba embrujada. Volví a pisarla como si fuera una alfombra, pero no había nada en su interior.
Busqué otro par de botas que tengo para las ocasiones solemnes, y doblando la bolsa con mucho cuidado, la escondí detrás de la leñera de la chimenea.
¿Qué diablos haría ahora? No tenía a quien consultar y mis antiguos amigos de los Cuerpos expedicionarios en Etiopía, Angola y Mozambique, me habían dado la espalda para salvar sus pellejos. Tengo todavía algunos compañeros en Georgia, de los que debo destacar a Vassily Dmitriovich, pero no tengo forma de comunicarme al exterior desde este sitio. Y si viajo en el coche que pasa por acá todos los jueves,
Seguramente el postillón contaría que dejé abandonado el cuartel, ahora que no está Boris y eso podría costarme la vida.
Golpean con fuerza a la puerta a la que le he echado llave. Voy a abrir con la mano sobre el revólver, porque ¿quién puede venir a esta hora?
Es el dueño del circo, quien está a punto de partir a otro pueblo y viene a ver si conseguí que el Mago ruso le devolviera su carreta y los tachos de la leche. Le digo que el Mago Ruso se comprometió a llevárselos al otro pueblo de la gira so pena de ir preso por diez años.
Rechazo la recompensa que me quiere entregar y le digo que solo he cumplido con mi deber, pero que necesito que me haga un favor. Que cuando vaya por el Cáucaso trate de encontrar a mi amigo Vassily Dmitriovich, quien vive criando carneros en un pueblito (cuyo nombre me reservo) a orillas del Volga en Astraján. Todo el mundo lo conoce porque tiene una personalidad muy amistosa y su familia hace 200 años que se vino de Reval, de Estonia, en la frontera con Finlandia.
Tiene que decirle que lo necesito y que se ponga en marcha lo antes posible. Que le explique que soy el comisario de policía de este pueblo.

—Creo, camarada Comisario, que estaré por allá de aquí a seis meses, pero tenga la seguridad que lo buscaré y le daré su mensaje.

Nos dimos un fuerte apretón de manos y nos besamos en ambas mejillas, al estilo francés. Este polaco es un hombre de mundo.

******
Seis meses para que Vassily Dmitrovich se entere que lo estoy buscando y otro par de meses para que se venga para acá. Justo se viene el invierno y los caminos estarán intransitables por la nieve y el hielo. Y dicen que será un invierno de los más fríos que haya sufrido este país. No habrá carruaje que pueda transitar y menos aún allá por el Cáucaso.
En fin, Dios dirá. Creo que mientras tenga a la bolsa escondida y nadie se le acerque no habrá ningún peligro.
Recuerdo que cuando era un niño, escuché una leyenda a mi querido tío Fedor Zepol Ivanovich, a quien Dios tenga en la gloria, sobre una cartera mágica que se tragaba objetos, pero si uno la daba vuelta como a un calcetín, la cartera eructaba tres veces y devolvía lo tragado.
Tengo ganas de probar con esta enorme bolsa, pero tendré que ordenar a algún siervo de mi hermana que lo haga, porque no quiero correr el riesgo que me trague a mí. Ahora que lo pienso y como no está Boris para prepararme la comida, iré a visitar a mi hermana para comer algo caliente. Antes de irme añado algunos troncos a la leñera para que nadie que entre vea la bolsa.
Beso tres veces el ícono que está en el borde de la chimenea y me dirijo a lo de mi hermana no sin antes sacar algunos kopeks para repartir a mis sobrinos.
¡Demonios! Tendré que pasar por el frente de la isba de las hermanitas Dostojensky. Hace tres noches que no las visito, pero a veces tres mujeres jóvenes son demasiado, incluso para un Comisario de Policía.
Si doy la vuelta por el cementerio me demoraré mucho más y es muy probable que me cruce con la viuda Olga Dnjepropetrowsk, la cosedora de pieles para abrigo, quien si me ve, correrá nuevamente a maldecirme y a desearme la más espantosa de las muertes. Me odia tanto y todo porque un día junto con su marido, que era el tercer habitante masculino del pueblo, nos bebimos una caipirinhas de más y se nos metió un oso al cuartel y yo queriendo matarlo de un solo sablazo en el corazón, para no arruinar la piel, me enredé en los pantalones, que tenía abajo y sin querer lo pinché al camarada Dnjepropetrowsk. Antes de caer al suelo ya estaba muerto. El oso huyó y las muchachas que nos acompañaban también. Desde entonces la viuda Olga me odia y me desea terribles males a grito pelado, en donde me encuentra.
Tuve suerte y no me vió pasar. Mi hermana estaba feliz que la visitara y como recién había terminado de hornear, me sirvió un pedazo de carnero frío con pan caliente y un vaso de vino tibio con azúcar.
El pan y el azúcar son un lujo prohibido en este lugar, por el alto precio y por la enorme escasez que hay en el país. Pero como ella es Comisaria de cuarta categoría de la secretaría de recursos Autóctonos, consigue algunas cositas, fuera de la cuota que le corresponde al pueblo. A pesar de todo, este pueblo está bien abastecido por el Gobierno, debido a la responsabilidad y culpa que sienten en el Polit-bureau por lo acontecido a la población masculina del lugar.

—Estás metido en un lío, hermanito. ¡Otro más y van…!

—Creo que si la leyenda que me narró nuestro tío Fedor Zepol Ivanovich
es cierta, no tendré ningún problema. Tu sabes hermanita, que lo que verdaderamente me preocupa es la pérdida de mi sable. Era un obsequio del Rey Zaher Shah de Afganistán y me lo codiciaba hasta el camarada Comisario General del Partido.

—¿Te quedarás a dormir, hermanito?

—No, pasaré a visitar a unas amistades. Te ruego que me mandes a tu siervo Jerzy Kosinsky para que me ayude en algunas cosas en el cuartel

—Pero el pobre viejo es casi un inútil. Ya está muy anciano…

—Por eso, hermanita, por eso…


******

Me retiré de la isba de las hermanitas Dostojenskycomo a las 6 de la mañana. Me fui al cuartel caminando y enterrando mis botas hasta casi la rodilla en la nieve. No se porqué la prohibición de tener caballos para uso personal en este pueblo. Yo, como Comandante de policía debería saberlo, pero lo ignoro. Cuando alguien me pregunta la razón de este úcase, solo contesto que por razones de Estado, pero yo interiormente pienso que es para que haya más relaciones entre los pocos hombres sobrevivientes y las damas del lugar, ya que el índice de natalidad ha descendido mucho. Entonces al pasar un hombre caminando, extenuado por el frío y la nieve, todas las mujeres se apiadan y lo invitan a quitarse el frío frente a la chimenea mientras toma un té bien caliente recién salido del samovar. O hay otras chicas más generosas y piadosas todavía que…bueno… es largo de contar…
Cuando llego al cuartel veo pisadas en la nieve y son recientes porque de lo contrario estarían borradas, ya que está nevando copiosamente. Como no soy buen campesino, no logro distinguir si son pisadas de lobo, de oso o de ser humano. Por las dudas, hecho mano a mi revólver y abro la puerta de golpe…:
Allí, desnuda, junto al calor de la chimenea está Karinna Steponovch García, la chica más linda del lugar. Debe su belleza, seguramente porque su madre es española. Aunque está junto al calor, su dorada piel está algo erizada y veo los rubios vellitos de sus brazos paraditos como esperando ser acariciados. Me quito el capote mojado y cubierto de nieve y tomo una hermosa piel de carnero de Astrakán que está colgada en el perchero y la cubro delicadamente.

—¿No quiere desayunar, camarada Comandante? —me pregunta con simpática intención.

¡Maldición! Si supiera que ya desayuné tres veces con las hermanitas Dostojensky no me preguntaría esto.

—Mire que traje medialunas y unas bolas de fraile que están de rechupete…

Me río forzadamente mientras me pregunto de qué me voy a disfrazar para salir del paso, y ella aprovecha para colgarse de mi cuello y decirme al oído, entre mordisquitos:

—Mientras buscaba leña para el fuego, encontré una bolsa de dormir y quiero que ya nos metamos en ella…

No alcancé a sujetarla y ya se había introducido en la maldita bolsa que había puesto en el piso.
Juro que todavía se me estruja el corazón al recordar.
La bolsa se la tragó e incluso me pareció escuchar un sonido como ¡Sglupp!.
Sólo le faltó eructar a la bolsa del demonio.

******


Decidí que esto ya era demasiado y busqué la tijera de podar la ligustrina y corté a la bolsa por la mitad. Como ví que no pasaba nada, la recorté un poco más y ahí fue cuando al tomarla de una punta toqué algo duro que había dentro.
Con mucho cuidado y siempre por fuera de la bolsa, palpé el objeto varias veces hasta que me convencí que era como una canica, una bolita como las que tiene los niños para jugar. Como en el resto de la bolsa no había nada extraordinario, deduje que la fuerza que succionaba todo, era la bolita. Me convencí que lo mejor sería guardar la bolita en una bolsa más chica y saqué de mi escritorio la bolsita de cuero donde guardo los kopeks de la caja chica. La vacié y tomando extremas precauciones metí la bolita en la bolsita de cuero. Para probar que mi teoría era correcta, tomé una escoba e introduje en la bolsita la punta del mango. Empujé un poquito y pude introducir toda la escoba. Cerré la bolsa de cuero atándole su cordón y me la metí en el bolsillo.
Ahora estaba decidido. Me iría a la Capital y hablaría con el Camarada Presidente del Partido. Algún provecho le tendría que sacar a esto.
Quizá me nombraran General o Super-secretario de algo. En un Estado burocrático como éste, siempre habrá algún buen cargo que ocupar.
En cuanto llegara Jerzy Kosinsky lo dejaría a cargo del cuartel y partiría a encontrar mi destino.
Sólo me hace falta un buen caballo o tendré que tomar la troyka que pasa los jueves.

Me puse a preparar mi baúl de viaje. En el fondo, bien dobladitas, puse mis camisetas de frisa con manga larga y en la manga de una de ellas escondí la bolsa de cuero con la bolita.
Mañana jueves partiré, aunque todavía no estoy muy decidido.
Acá en el pueblo tengo todo lo que un hombre puede pedir a la vida.
Un buen sueldo, un trabajo en el que no hay que hacer nada, buen y abundante alimento, mujeres para amar, una hermana que me quiere y sobrinos que me admiran. Cuando quiero salgo de caza y puedo matar todos los lobos y osos que se me ocurra y nadie puede decirme nada, porque yo soy la autoridad y además no hay nadie que se pueda quejar.
Si me voy a la gran ciudad, siempre seré el subalterno de alguien y tendré que correr detrás de una mujer, cuando acá son ellas las que corren detrás de mí. Lo único que no tengo acá es compañía masculina. Un amigo, con quien tener charlas de hombres o jugar a la billarda.
La verdad es que extraño al camarada Dnjepropetrowsk.
El siervo de mi hermana, el camarada Jerzy Kosinsky llegó poco antes del mediodía, cargado con dos grandes canastas con alimentos que me mandó mi hermana.
Le hablé de la importante misión que le encomendaba. Cuidar del cuartel y ayudar a los vecinos en lo que fuera posible.
Tal vez a mi regreso lo podría hacer miembro del Partido.
El pobre viejo casi se murió cuando le dí la noticia. Ser miembro del Partido era elevarse a la cúspide de la sociedad. El Partido veía más lejos que el mejor de los francotiradores.

*******



Parece ser que el Destino se había confabulado en mi contra. Esa tarde llegó al poblado un Comandante militar, airoso en su caballo y seguido por una docena de militares de bajo rango.
Entró al cuartel con su capote sobre los hombros, una pequeña fusta bajo en brazo y quitándose los guantes me dijo:

—No hace falta que se presente. Sé todo sobre usted.

—Pero yo no sé nada sobre usted, capitán —le retruqué

—No necesita saber nada sobre mí. Sólo que soy un Capitán del Ejército y está usted bajo mi mando.

—Le recuerdo capitán que soy un miembro del Partido y soy el Comandante Civil de la Región y usted está en mi jurisdicción…

—Si, pero yo tengo doce hombres armados, señor Comandante

Le iba a contestar al engreído Capitán que yo tenía una bolsita mágica, pero me contuve y decidí demostrárselo.

—Por favor, señor Capitán, revise el contenido de esta bolsita y después hablamos —le dije

No lo dudó ni un instante. Desató el cordón de la bolsita de cuero e introdujo la mano. Inmediatamente desapareció de mi vista y la bolsita cayó al suelo.
La levanté con cuidado, anudé el cordón y me la guardé nuevamente en el bolsillo.
Entonces vi que Jerzy Kosinsky me miraba con los ojos desorbitados. Había visto como la bolsita se había tragado al Capitán. Me llevé el índice a la boca indicándole silencio. Le indiqué que me acompañara a la calle.
Los soldados estaban afuera del Cuartel. Habían desmontado y esperaban al Capitán para seguir viaje.

—¡Soldados! Por orden del Capitán deberán regresar por donde vinieron. El Capitán se quedará unos días y después retornará.
El que quiera tomarse unos días francos, puede hacerlo, pero no más de diez días. No abusarse eh!!!

El griterío de alegría de los soldados hizo que todas las chicas del pueblo se asomaran a sus puertas. Hacía mucho tiempo que no se escuchaban voces varoniles en el poblado.
Los soldados montaron sus caballos y salieron al galope gritando y agitando sus rifles. Creo que no alcanzaron a llegar a la salida del pueblo.
El caballo del Capitán era de un negro azabache espectacular. Pero era un caballo del Estado. Con dolor de mi corazón se lo dejé al anciano Kosinsky, aclarándole que era propiedad del cuartel, pero que podría usarlo cuanto quisiese.
El viejo me preguntó:
—Cuando yo pertenezca al Partido…¿Me darán una bolsita como la suya?
—No lo sé, padrecito. Si los del Comité ven que eres un hombre prudente y reservado y que sabe guardar secretos, es muy posible que así sea.

Nos interrumpieron los gritos de los niños del pueblo y de algunas mujeres que gritaban

—¡La troyka, la troyka! ¡Viene la troyka!


******


Efectivamente, la enorme calesa tirada por tres caballos, se divisaba a lo lejos. En vez de las ruedas del verano, le habían puesto los largos esquíes para la nieve. Varios perros corrían delante de los caballos.
Me dio un poco de pena. Iba a dejar el pueblo donde tuve tanta paz, pero las cosas se me estaban complicando demasiado…

El postillón de la troyka me saludó con afecto, aunque un poco sorprendido que yo viajara.

—Saldremos al amanecer, señor Comandante. El coche partirá desde la casa de la viuda Olga Dnjepropetrowsk donde dormiré un poco y cargaremos agua y cada cual debe llevar sus alimentos para el viaje. Con un poco de suerte estaremos en una semana en destino. Le aconsejo traer un almohadón, porque los asientos de la berlina son algo duros y el traqueteo de los caminos a veces hace el viaje insoportable.

Esa noche no pude dormir. Mil pensamientos cruzaban por mi mente. Sentado en mi escritorio y envuelto en la piel de astraján que aún conservaba el delicioso aroma del cuerpo de la hermosa Karinna Steponoch García. Escuchaba los relatos que me hacía el viejo Jerzy Kosinsky. Todos eran relatos truculentos de la estepa rusa.
La nieve caía copiosamente y me hizo temer por el comienzo del viaje, ya que la troyka tirada por sólo tres caballos, difícilmente iba a poder vencer a la importante cantidad de nieve que había en los caminos.

—Le aconsejaría Camarada Comandante, que llevara el caballo del cuartel (al decir esto me guiñó un ojo) porque la calesa puede quedar atrapada en alguna parte del camino y pueden pasar semanas hasta que consigan seguir viaje.

Le encontré razón al viejo. Me llevaría el caballo.
Al amanecer sentimos ruidos de cabalgaduras que venían al galope. Me asomé con el Máuser preparado. La nieve ya había dejado de caer y el tímido sol asomaba sin decidirse a calentar.
Era un jinete con dos caballos de tiro. A pesar de la nieve que salpicaba su espesa y enrulada barba colorada, lo reconocí al instante. Era mi buen y único amigo Vassily Dmitriovich. Mi sorpresa fue enorme. Recién lo esperaba para dentro de siete meses por lo menos, en el supuesto caso que el dueño del circo lograra encontrarlo y darle mi mensaje.
Luego que vaciamos una botella de vodka para que Vassily recobrara sus fuerzas, el viejo siervo de mi hermana se retiró prudentemente para dejarnos conversar a solas, no sin antes dejarnos el samovar lleno té.
Vassily me explicó que venía en camino a mi pueblo a visitarme, porque sentía curiosidad de verme vivir como un ermitaño en un pueblo sin habitantes. Vassily Dmitriovich era un machista empedernido y consideraba que la mujer no contaba. Cosas de la crianza que había recibido en las salvajes tierras Caucásicas. Nunca se había enamorado.
Saqué la bolsita de cuero y entreabriéndola hice que viera la bolita negra que en ella había.

—¿Sabes lo que es esto, Vassily Dmitriovich?

La miró ceñudo y sorprendido.

—Para mí es una bolita negra —me contestó y sacando de su bolsillo interior una bolsita de cuero para el tabaco, la entreabrió para que yo mirara.
—¿Sabes lo que es esto, Nicolai Kirsanoff? —me preguntó

—Para mí es una bolita blanca — le dije tembloroso de expectativa

—Parece ser una bolita blanca, pero en realidad es un “Agujero blanco” y esa que tú tienes debe ser sin duda un “Agujero negro”

Nos abrazamos, alegres como dos chicuelos, sin saber bien porqué.
En ese momento no imaginamos que se avecinaba un cambio mundial y que ambos seríamos los artífices de esa evolución…


********


Mi estómago me dice que son las 9 de la noche. Tengo un hambre atroz. No tengo apetito. !Tengo hambre!
La noche alumbra con sus lunas sepias. Todo es de color sepia como esas viejas fotografías de años pasados.
Recuerdo todavía las noches oscuras de antes, cuando una blanca luna nos alumbraba y nos ponía románticos. En la puerta de mi caverna está una hembra que espera que lleve el alimento.
No sé como se llama y tampoco recuerdo mi nombre, si es que tuve nombre alguna vez. Todos me nombran como “hombre de un solo ojo” y
a mi hembra la llaman “la de la trenza larga”.
Sé que es mi hembra porque cuando entramos a la caverna, nos embargan antiguos deseos y nos poseemos con ferocidad, cosa que no me sucede con otras hembras.
He traído un pequeño animal de largas orejas y cuando la de la trenza larga lo ve, estalla en gritos de alegría.

—¡Un conejo, un conejo —grita con entusiasmo

Al escuchar estos gritos, viene de la caverna contigua otra hembra, abundante en carnes y con pelos sobre la boca.

—¡Bah, apenas alcanzará para dos! —gruñe

Ignoro porqué pero detesto a esta hembra. A veces tengo ganas de darle con el garrote por la cabeza y cocinarla a fuego lento para que la carne tenga mejor sabor. Algún día que no consiga traer algún alimento, lo voy a hacer y comeremos por varios días. Invitaré a mi camarada “el que escupe siempre” y cantaremos esas músicas que sólo él conoce y que se esfuerza por hacerme recordar.
Lo único que recuerdo, es que con el que escupe siempre, hicimos chocar unas bolitas, una negra y una blanca y todo cambió.
El que escupe siempre me dice que pasaron diez años de todo aquello y que mejor es olvidar todo y empezar de nuevo.
No sé que es lo que me conviene olvidar y que significa comenzar de nuevo.
A veces cruzo el cráter verde y allí junto al desierto me pongo a gritar y a hablar en un idioma que desconozco. El tedio me enloquece y ver pasar los días iguales, rutinarios y que tienen treinta horas, según dice “el que escupe siempre”, sumado al horrible color sepia del universo me hace enloquecer. La de la trenza larga viene entonces a buscarme y trata de calmarme dándome refugio entre sus brazos mientras me canta una canción de cuna, según dice.
Me pasa el garrote y me envía a buscar alimento.
Me encuentro con “el que escupe siempre” quien me dice con burla:

—¡Te tiene cagando la esquimal!

No sé que significan sus palabras, pero no logran hacerme enojar. No lo odio como odio a la hembra gorda. El que escupe siempre me ha dicho que debo llamarla “culo de chancho” pero me causa un poco de temor.
Debe ser por que no se exactamente que es un chancho. Culo, sí que conozco su significado. Jajaja me hace reír este “que escupe siempre”.
******


Soy un hombre sin pasado y lo que me pregunto es si tendré futuro.
Creo que ningún sobreviviente del pequeño big bang tiene futuro aquí.
No sabemos quienes somos ni donde estamos. Tenemos vagos recuerdos de un mundo con un cielo azul y cosas que llamábamos vegetación, según dicen los afortunados que conservan algo de memoria.
“El que escupe siempre” tiene memoria de muchas cosas y trata de compartirlas conmigo, porque dice que fuimos muy amigos. Me ha hecho prometerle que cuando yo recuerde algo, se lo comunique inmediatamente para tratar entre los dos de aclarar algo de nuestro pasado, que nos pueda ser útil en este presente.
Me dice que está seguro que estamos en otra dimensión y no en el lugar de nuestro origen.
“La de la trenza larga” tampoco recuerda nada, pero cocina muy rico y ya van varias veces que he tenido que pelear por ella con alguno de los “invasores” que son un grupo de sobrevivientes que hablan un lenguaje raro. Tienen los ojos rasgados y por lo general son de baja estatura. Cada tanto vienen a nuestro lugar a llevarse a las mujeres y hemos descubierto que le temen al encierro. Así que nos metemos en las cuevas bien profundamente y no se atreven a seguirnos. Una vez tres invasores fueron más valientes y entraron muy adentro, donde los cazamos y los guisamos. Comimos en abundancia y descubrimos que guardando la carne en un agujero cubierto con el hielo del lago interior, dura muchísimo más.
“El que escupe siempre” mueve la cabeza con desaprobación cuando logro traer a un sujeto de otro lugar para alimentarnos. Me dice que yo no hacía esas cosas cuando vivía en la otra dimensión y asegura que yo era un refinado escritor y que me había hecho comunista, lo que me marginó un poco de la vida social de entonces.
Pero le contesto que debemos comer y nuestros enemigos nos comerían a nosotros si pudieran.
Nosotros somos treinta y dos personas entre hombres y hembras. Somos 20 machos y 12 hembras. Muchos hombres comparten a su hembra con sus amigos, pero yo no. Y mi único amigo, “el que escupe siempre” no puede usar su sexualidad, porque en la otra dimensión fue torturado y lo dejaron inútil.
Mi amigo me dice que en esta dimensión no envejecemos jamás y que tampoco podemos reproducirnos. Hay un hombre a quien llamamos “El que quiere un hijo” que desea ser padre y llora al no lograrlo.
“La de la trenza larga” me llama a comer y me pasa un pesado plato de piedra. Los platos de piedra que usamos, los ha fabricado “El escultor” que junto con su hijo trabajan la piedra abundante en este lugar.
El plato que me da “La de la trenza larga” contiene una mano a la que le falta un dedo.
—Comete la carne que después te doy una sopa —me aconseja
—¡Ufa! ¡Otra vez sopa! —me quejo
—Tenemos que terminar a este invasor, porque ya se está poniendo un poco abombada la carne. Si consiguiéramos sal… —suspira
Sé donde hay una playa de sal, pero está guardada por unos hombres grandes de color negro, que no tienen hembras. Creo que conté 10 machos. “El que escupe siempre” cree que podríamos negociar si les diéramos a una mujer de color blanco. Cuando interrogamos a nuestras hembras, me sorprendió ver que todas querían ir de voluntarias.
¿Les gustará tanto la sal?
********


Anoche “la de la trenza larga” me dijo algo al oído. No alcancé a escuchar bien, sólo entendí algo de ojos.
—¿Qué? ¿Necesitas anteojos?
—Pero nó, hombre del testículo grande (boludo), no te dije eso…
—¿Qué me dijiste entonces?
—Te dije que tengo un antojo…

¡La gran flauta! En otros tiempos y en la otra dimensión, cuando una mujer decía que tenía un antojo, era porque estaba embarazada.
Por eso le pregunté:
—¿No estarás en la dulce espera?
Me miró con sorpresa. Nunca había usado estas palabras y no las entendía. Debo estar recobrando la memoria

—Estoy antojada de comer negro —me aclaró

—¡Yo también! —se entrometió Culo de chancho — Si tuviéramos un hombre en casa, estos bocadillos no nos faltarían…

Claro, me tocaron el amor propio. Pero no se trata de ir al Supermercado y pedir un par de kilos de carne de negro. Tendré que ir a cazarlo yo mismo y eso no es lo más difícil. Lo peor es traerlo hasta la cueva, ya sea al hombro o arrastrándolo y encima luchar con otros depredadores que querrán arrebatarme mi presa.

La madre de la de “la trenza larga” seguía parloteando.
—Primero hay que adobarlo y luego darle una marinada y agregarle las especias. Si es muy peludo o lo afeitamos o le chamuscamos los pelos con una antorcha. El fuego, en lo posible, hay que hacerlo con algo que produzca mucho humo, así agarra la carne, ese saborcito tan especial…

¡Malditas brujas Me han convencido. De tanto escuchar hablar de la comida me ha dado hambre. Trataré de convencer al “que escupe siempre” para que me acompañe en la cacería.
“El que escupe siempre” no estaba muy convencido. Me decía algo de que nosotros éramos intelectuales y todas esas cosas, pero cuando recordó lo bien que cocinaba mi hembra decidió acompañarme, siempre y cuando lleváramos también a “El que mea lejos” que es un cazador avezado y nos servirá para traer un poco de sal.
Miré al cielo y les dije:
—Cuando el sepia cambie al rojizo saldremos. Los quiero a todos aquí al enrojecer. Y cada uno con su macana.
—Yo llevaré un cuchillo que ·”el escultor” me fabricó con una piedra pedernal —dijo “el que mea lejos”
—Ni se te ocurra “hombre del testículo enorme” (pelotudo) —le contesté —No podemos derramar nada de sangre, así las hembras nos fabrican morcillas o prietas.
Aclaradas las cosas nos fuimos a preparar nuestras armas y a dormir un poco. Nos esperaba un largo día.

No pude pegar un ojo. Bueno, solo tengo un ojo y la cuenca vacía me la tapo con un trapo negro. Pero no está tan vacía y nadie sabe que allí oculto la bolita blanca o agujero blanco. Recuerdo que el choque entre esta bolita y una bolita negra nos condujeron acá.. No sé como actuará el agujero blanco. Algún día me decidiré a experimentar.
Ahora a dormir…

********


En cuanto el día empezó a enrojecer salimos de caza. Ahora éramos siete los cazadores. En cuanto se corrió la voz de que iríamos a cazar un negro, sobraron los voluntarios. Naturalmente tendrían que ser dos los negros a cazar, para que alcanzara para todos.
Por la ubicación de las lunas, vimos que era cerca del mediodía cuando llegamos a la playa de sal, que los negros defendían porfiadamente, pero aceptaban trueques a cambio de un puñado del precioso elemento.
Cuando nos vieron llegar, salieron a recibirnos con mucha cordialidad y con trozos de sal como regalos.
El jefe de ellos, un negro enorme (en todo sentido) se dirigió a mí, entregándome un trozo de carne asada. La comí con avidez y me supo a gloria. Ese sabor me produjo un clic en el cerebro. Era un sabor conocido por mí. De pronto se me hizo la luz ¡Era carne de cerdo!
Levanté los brazos y ordené a los cazadores que dejaran los mazos y macanas a un costado.
Se suspendía la cacería por ahora.
Mientras los míos descansaban de la larga caminata, observé que los negros los miraban con admiración.
El jefe de ellos pareció leerme el pensamiento y me dijo:
—Debe entender ¡oh Gran jefe del único ojo! que sin hembras los muchachos están un poco alborotados…
—¡Comprendo, comprendo! Pero lo que yo quiero saber es de dónde sacaron la carne que probé recién.
—Los animales que tienen esa carne están del otro lado del desierto amarillo. Son muy peligrosos porque atacan en grupo y tienen unos colmillos enormes. Nosotros somos muy pocos para ir a cazarlos, pero ustedes parecen ser cazadores acostumbrados al peligro y si usted nos hiciera el honor de dirigirnos los acompañaríamos gustosos.
—Haremos un trato. Los dejaremos ir con nosotros y repartiremos la caza equitativamente, con la condición que nos digan todo lo que saben sobre este mundo y sobre el pasado.
El jefe negro se maravilló de lo que yo le decía:
—¿Qué? ¿Acaso ustedes no están aquí por su propia voluntad?
Ante mi negativa, continuó:
—Nosotros vinimos a esta dimensión, porque creímos que solamente en este lugar encontraríamos lo que buscábamos allá. Y eso era paz, armonía y vida casi eterna. También conocíamos de la escasez de alimentos y de la nula existencia de enfermedades. Todo lo que queríamos era meditación y elevación espiritual. Encontramos este salar y decidimos vivir de él, intercambiando con otras personas sal por un poco de comida. No somos violentos y por eso es que no hemos ido a cazar estos jabalíes.
Ha habido días en que no tuvimos alimento y eso puso a prueba nuestra fortaleza. Algunos no lo lograron y decidieron regresar. ¡Allá ellos!
—Pero…¿Pueden regresar si quieren?
—¡Por supuesto! Es muy sencillo… —me respondió —Cualquiera puede regresar si lo desea…
Esta afirmación me dejó atónito. Yo quiero regresar a mi dimensión, recobrar mi memoria, volver a la vida de allá y ahora que lo he comprobado, cambiaría muchas cosas. Sería una mejor persona y no cometería los mismos errores que trajeron tanta infelicidad a mi vida y a las de otros.
Esto tengo que charlarlo con mi amigo “el que escupe siempre”.


******


Debo resumir lo ocurrido después de mi charla con el señor Negro en Jefe. Debo decir que este señor tampoco recordaba su nombre y tenía un apodo que debo omitir, para no herir susceptibilidades, ya que he recibido numerosas críticas sobre una supuesta discriminación de mi parte. Decía que el señor Negro en Jefe, me había indicado el modo de regresar a nuestra dimensión. Decidí consultarlo con los otros de mi grupo, después de realizar la cacería de jabalíes o señores jabalíes si lo desean.
Fuimos a cazar y la excursión fue todo un éxito. Cazamos 4 robustos y gorditos jabatos y decidimos dejar tres de ellos, a los señores negros. Ellos van a salar la carne y luego nos invitarán con algo de ella.
Les prometí que les iba a enviar algunas féminas voluntarias pera que les explicaran los rudimentos de la cocina blanca. Los señores negros saltaban de alegría.
Ya, cómodamente instalados en nuestras cavernas, les expliqué la situación. Yo había decidido regresar y me llevaría al que quisiera acompañarme. Estaban en libertad de decidir.
Naturalmente, “la de la trenza larga” se quería regresar conmigo, pero un furibundo codazo de su mamá, la “culo de chancho” la hizo desistir y yo no sé si fue por amor a su madre o por la perspectiva de ir a enseñar a cocinar a los negros, fue lo que la hizo quedarse.
Mi amigo, “el que escupe siempre” también optó por quedarse, ya que ahora que conocían el lugar donde podían proveerse de abundante carne, dejarían de pasar hambre y además había hecho muy buenas migas con un señor negro y quería probar si podría continuar con esa relación. Juro que esto me dolió, pero como en realidad no me gusta discriminar a nadie, aunque sea gay, me sobrepuse a mi natural bronca y después de putearlo un par de veces, me olvidé de esta traición al género masculino.
No recuerdo los pormenores, pero me desperté en el cuartel de la Comisaría del pueblo. Me acerqué a la ventana. Nevaba copiosamente y allá a lo lejos se divisaban las luces de un circo. Observé mi rostro en el empañado cristal de la ventana y no ví nada extraordinario. Tenía mis dos ojos y el bigote un poco largo.
En ese momento golpearon a la puerta. Abrí…
Era mi sobrino, el hijo de mi hermana que me venía a recordar mi promesa de llevarlo al circo, en cuanto viniera uno que no tuviera animales.
Pues bien. Este circo no tenía y además anunciaban un nuevo número con el Mago Iván y su bolsa mágica…

********

La muerte viste de rojo

La Muerte viste de rojo

—¿Cómo es eso? Tengo entendido que la muerte siempre viste de negro.

—Nadie sabe más de la Muerte que yo. Además y aunque no lo creas, te diré un secreto: ¡La Muerte no usa bombachas ni ropa interior alguna!

—Eso es difícil de creer. Todos tenemos una imagen de la Muerte, como una señora vieja, huesuda, siempre vestida de negro y con una hoz en la mano. No logro imaginarla vestida de rojo o con aretes o luciendo un collar de perlas.

—Sin embargo, así es. La Muerte es una chica alegre y desenfadada. Muchos hombres la encontrarían apetecible.

—Esos hombres serán estar locos, seguramente…

—¿Te parezco loco yo? Te confesaré que tuve una aventura con ella y aunque no llegamos a concretar, me faltó un poquito así para hacerla mía…

—¡No te puedo creer! ¡Me estás tomando el pelo! Ahora cuéntame toda la historia, que aunque no sea verdad, me hará reír un poco.

—No te contaré nada. No me creerás y encima te reirás de mí. Además hoy la volveré a ver y posiblemente sea mi noche de suerte…

—¡Por favor! ¡Cuéntame la historia! Te juro que te creeré y no me reiré de ti. ¡Por favor!

—Está bien. Te contaré mi aventura con la Muerte con la condición que no salga de tu boca. Solo te la relato a ti, porque eres mi mejor amigo.

— Nada saldrá de mi boca. ¡Lo prometo!

—La primera vez que la ví, me atrajo inmediatamente. Su figura, su juventud y lozanía, su modo de mirar profundo y azul…

—¿La Muerte tiene ojos azules?

—¡No me interrumpas! Claro que tiene ojos azules y además tiene pecas en la nariz.

—¿Es rubia?

—Sí, tiene el cabello de un color rubio ceniza, casi igual al tuyo…pero si quieres que te cuente, no me interrumpas más. Tú me conoces… así que me acerqué a ella y le dije un par de piropos, que la hicieron sonreír.
Palabra va, palabra viene, supe que vivía muy cerca y quedamos de juntarnos al día siguiente, a la nochecita en la plaza. Esperé con impaciencia su llegada. Venía vestida con una salida de baño, de esas de tela de toalla y tenía el cabello mojado.
Se estaba bañando y se escapó por la ventana y dejó la ducha abierta para que su familia creyera que estaba allí. Tenía cinco minutos y debería irse. ¡No te imaginas lo que se puede hacer en cinco minutos!
De todo menos eso. Por eso sé que a veces no usa ropa interior.
Hoy la veré nuevamente en el Baile de Hallowen. Vendrá vestida de Muerte con un vestido rojo… ¡Mira, allá viene!

—¡Esa es mi hermana, la puta que te parió!...

lunes, 11 de mayo de 2009

Necesito un enemigo

Este relato está basado en otra página web de literatura, pero es más o menos lo mismo….


Necesito un enemigo.

Estoy cansado, aburrido, lleno de tedio. Hoy es uno de esos días en que me debiera haber quedado en cama hasta mañana o pasado por lo menos. Trato de leer algo en la Página de los cuentos y todo me parece insulso, estúpido. No termino de leer nada, ni prosa ni poesía. Nada me gusta, nada es de mi agrado. Me dan ganas de escribir comentarios llenos de ponzoña, criticando con saña los atroces relatos y poemas que he leído hoy. Pero leo los comentarios anteriores que han dejado otros lectores y a todos les parece que estas bazofias merecen cinco estrellas.¿Porqué tanto amiguismo? ¿Porqué tanta mentira? ¿Es el deseo inconfesable de hacer amigos que nos critiquen a nosotros también con benevolencia?
Porque algo de eso debe haber. No he leído ninguna crítica razonada. Todo se vuelve felicitaciones y frases hechas: “Me conmoviste”, “tu inteligencia es fabulosa”, etc. y si leemos el bodrio, sentiremos vergüenza ajena.
¡Cómo extraño a ese cuentero que era mi enemigo! Cuando me sentía mal, me bastaba ir a su Libro de visitas y lo puteaba de arriba abajo. Y a él le debe haber pasado lo mismo, porque a veces y sin esperarlo, tenía mi Libro de visitas lleno de insultos y groserías de parte de él.
Aunque me decía que tenía motivos para agredirme. Aseguraba que yo le había quitado la novia virtual que tenía en la Página y por eso me odiaba. Lo más risible de todo, era que mezclados con los insultos nombraba a Dios porque parece que era muy religioso: ¡Andate a la c. de tu madre, que Dios te va castigar, boludo de mierda! ¡Mirá que Nuestro Señor no perdona!
Claro, esto me daba pie, para descargar mis iras en el pobre infeliz y lo insultaba hasta que me dolían los dedos de escribir tantas malas palabras. Después me sentía bien. Tan bien que me ponía a escribir algún cuento, no importa si malo o peor, pero estaba aliviado.
De pronto dejó de visitarme. Lo insulté un par de veces más, pero no obtuve respuesta. Me decepcionó. Después me enteré que tenía una nueva novia virtual (su nick empieza con Y) y pronto lo olvidé. Pero no del todo y a veces reconozco que lo necesito. No tengo a quien putear cuando estoy con bronca como hoy.
Si por casualidad llegás a leer esto “J”, debes saber que me haces falta.

Mientras, tú, lector ¿no quieres ser mi enemigo?

jueves, 7 de mayo de 2009

Mi amiga Jéssica

Mi amiga J

Tengo ganas de practicar algún deporte. De tener una actividad física que me ayude a mantenerme en forma. En un tiempo jugué mucho al basketbol, después hice natación. Tengo guardados en el altillo de mi casa, varios trofeos de mi exitosa carrera deportiva. Decido subir a sacarles un poco el polvo. Total, ¿qué otra cosa podría hacer? No hay nadie en casa, mi hermana ha salido a visitar a unos familiares en Castelar y doña Sofía tiene su día franco. Preparo un par de trapos y el líquido de pulir bronces y me estoy por subir al altillo cuando golpean a la puerta. ¿Quién diablos viene a la hora de la siesta a molestar? Abro la puerta y me encuentro a Jessica. Me sonríe con todos sus dientes y se mete adentro con su habitual desparpajo. Antes de cerrar la puerta miro para todos lados pero la calle está vacía. También con el calor que hace y la hora que es,en que todos duermen...
—¡Dame algo frío que me muero de calor! –me dice Jessica, abriendo el refrigerador y sacando una bebida cola (Nó, no esa). Le alcanzo dos vasos y los llena.
-¿Quieres hielo con tu bebida? —le ofrezco.
—¡No, hielo nó! ¡Dame un chorrito de whisky para hacer whiscola!
Y ¿dónde está Rita? —me pregunta
—Ya pronto llegará —le miento, porque no quiero que se asuste y se vaya.
—O sea que estamos los dos solos en este caserón, ¿No es así?
—¡Sip!
—¿Crees que debería tener miedo?—me pregunta coqueta
—¡Por supuesto que no! ¡Soy totalmente inofensivo y muy respetuoso!
Al ver que dudaba , añadí: —Además está por venir mi hermana.
—¡Ahh! Eso me tranquiliza. ¿Qué estabas haciendo?
—¡Justo iba a subir al altillo a limpiar mis trofeos deportivos!
—¡Vamos, te acompaño! Me encanta revisar los altillos...
Me dirigí por el largo pasillo, donde al final estaba la empinada escalera que lleva al desván. Estaba por subir pero ella me tomó de un brazo.
—No seas maleducado, Edy. ¿No sabes que “las damas primero”?
Tragué saliva. Mi instinto me decía que iba a tener problemas. Me parece que Jessica quiere guerra. Me estaba aterrorizando. No podía olvidar que el padre es comisario de policía y además estaba Erika y el salvaje de su hermano. A pesar del calor que hacía, yo estaba helado. Ella subió primero y aunque yo trataba de no mirar para arriba, sus piernas atraían a mis malditos ojos. Su corta pollerita no escondía nada y su ropa interior era de color carne o... no llevaba nada puesto.
También pensé en mi amigovia virtual que odia a Erika y ahora esto de Jessica no le va a gustar nada. Pero mis dedos no pueden sino escribir la verdad Con tal que el comisario no entre en los Cuentos, porque no acostumbro a cambiar los nombres de los personajes, en este caso reales.
—¿Qué tienes ahí, picarón? —me preguntó tocando el bulto que tenía en el pantalón.
—Es un frasco de limpiador de bronces y unos trapos— le dije
Si se sintió defraudada no lo demostró y comenzó a revolver todos los cachivaches que habían guardados en el desván
—¡Ohh! ¡Un equipo de pesca! ¿Me llevarás a pescar algún día? ¡Ohh! ¡Un kayac! ¿Me llevarás a navegar en kayac? ¡Ohh! ¡Unas viejas raquetas de tenis! ¡Ohh ¡ ¡Un frasco con chocolatines! ¿puedo tomar algunos?
—¡Nó! ¡No son chocolates! ¡Deja eso ahí! —le grité, pero era tarde.
—A ver que dicen... ¡Preservativos! ¡Ohh! ¡Estos son los preservativos!
Enséñame como son. Nunca ví uno.
Me vi obligado a romper un sobrecito, sacarlo e inflarlo. Cuando lo vió inflado le vi los ojos de horror al ver su tamaño.
—¿Así es el miembro de ustedes? —me preguntó temerosa
Me puse a reír con ganas, pero no podía engañarla. Se le podría crear un trauma sicológico.
—¡No, tontita! Es mucho más pequeño. Jajajajá
Me miró enfurruñada y caprichosa a la vez…—¡Quiero verlo!
—¿Qué? ¡No puedo andar mostrando por ahí a Carlitos!
—¿Lo llamas Carlitos? ¡Qué tierno! ¡Quiero verlo!

—¡Quiero ver a Carlitos! —insistió Jéssica.
—¡Imposible!— le digo —me da vergüenza y además ¿qué gano yo con mostrarte lo mío?
—¡Si quieres yo también te muestro!—me dijo decidida.
Por desgracia para mí, Carlitos despertó y luego de desperezarce se quedó duro como rulo de estatua.. No había forma de disimular, aunque intenté hacerlo, agachándome un poco.
Noté que Jéssica tenía los ojos brillantes y se humedecía permanentemente los labios, signo inequívoco que se le había secado la boca, al elevarse la temperatura corporal.
—¡Dale, no seas malo! Mostrame solamente un poquito. Tengo 18 años y no conozco nada del sexo. ¿Eres mi amigo o nó?
Con ese argumento casi me convence, pero el miedo al padre de ella , pudo más y me negué.
—¡Lo que pasa es que está por llegar mi hermana! —me disculpo
—¡Rita fue a Castelar! Me encontré con ella en la calle y por eso te vine a ver, para que no estuvieras sólo —me dijo risueña
—¡La verdad , Jéssica es que me gustas mucho, pero le prometí a mi novia serle fiel. Sinó te agarraba y ¡te hacía de goma!
—¿Quién es tu novia?—me preguntó extrañada
—Se llama Miranda y es de otro barrio.
—¡No tiene porqué enterarse de nada! ¡Ni ella ni nadie! ¡Dale mostrámelo un poquito!
—¿Y tú me mostrarás también?—le pregunté echando humo por las orejas.
Ante su respuesta afirmativa, me abrí el pantalón y le mostré rapidamente y me cerré el pantalón.
—¡Así no vale. tramposo! ¡No vi nada! ¡y además tienes puesto el calzoncillo!
—Bueno. Mostrame tú primero —le dije con la boca reseca-
No vaciló ni un momento. Se sacó la pollerita y quedó desnuda de la cintura para abajo. También se quitó la blusa y pude admirar su cuerpo maravilloso. Me acerqué a ella, tembloroso de excitación y se escapó corriendo y riendo al otro lado de un montón de cachivaches. No aguanté más y me quité los pantalones, el calzoncillo y la camisa y fui tras ella. Esta vez no corrió. Se quedó parada, desnuda en su esplendor de niña-mujer, mirándome con la boca abierta. Era verdad. Jamás había visto a un hombre desnudo. Me miraba con sus grandes ojos de gacela asustada y comprendí que mi aspecto dejaba mucho que desear, para su mente de niña. No sé como se imaginaría ella a un hombre desnudo. Pero por sus ojos de miedo al ver mi miembro enhiesto con sus pelos hirsutos y la cabezota roja como la cresta de un gallo, comprendí que se había enfriado el entusiasmo y ahora tenía miedo
Me controlé para no saltarle encima y comencé a vestirme con toda tranquilidad.
—¡Listo! ¡Cumplí! ¿Nö?—le dije haciéndome el canchero
—¡Sí, si! ¡Está bien!— me dijo comenzando a vestirse rapidamente.
—¡Las damas primero! —y le mostré la escalera para que bajara.
Pasamos por la cocina y serví dos vasos de gaseosa para ambos. Estaba callada, pensativa y no se atrevía a mirarme a los ojos.
—¡Cuando quieras saber algo más, aquí está tu amigo, para ayudarte, en lo que sea, ya sea un consejo o una prueba de cualquier cosa que quieras saber o conocer!
—¡Gracias, no lo olvidaré!
Me besó en forma superficial en la mejilla y se fue.
Como hacía tanto calor me fui a dar una ducha bien helada.




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domingo, 3 de mayo de 2009

Mi libro de cocina (gratis)

Mi libro de cocina (gratis)

¿Nunca les conté? Resulta que en una pelea con mi esposa, bahh!!!,… no fue una pelea sino una simple discusión, donde terminé con la cabeza un poco abollada por los cacerolazos que recibí, pero con onda, eh, decidí no comer más la comida preparada por ella. En realidad fue ella la que decidió dejar de cocinarme, así que comencé a visitar a cuanto bolichón o bar que sirviera comida más o menos en forma casera. Tampoco mi bolsillo me permitía ir a comer a grandes restoranes, así que estuve penando por casi tres meses, comiendo toda clase de porquerías, hasta que me cansé. En verdad fue mi pobre hígado el que se cansó. El hígado, el estómago, todo el tripaje en general.
Mi médico de cabecera me recomendó que aprendiera a cocinar y si lo hacía en forma sana y con buenos ingredientes, jamás iba a tener problemas.
Comencé visitando a viejas tías y amigos de buen comer y me fueron pasando recetas familiares y de las otras. Cuando les expliqué que iba a escribir un libro de recetas (en verdad esta idea ni se me había ocurrido, pero no podía decirles que mi mujer no me cocinaba más) me abrumaron con viejas recetas de cocina que cada uno guardaba celosamente, asegurándome que eran recetas que preparaban sus ancestros y que quedaron como herencia en la familia. De estas recetas fui probándolas todas y seleccionando las más exquisitas y las más fáciles de preparar. Tenía varios cuadernos llenos de anotaciones de comidas y un impresionante montón de papeles sueltos, cada uno de ellos conteniendo secretos culinarios familiares. Separé las de comida en general y las de postres a los que soy muy aficionado. —¡Un glotón! —diría mi esposa, pero que yo llamo sibaritismo.
Subí todo a mi computadora y ahí fue que se me prendió la lamparita y nació la idea de hacer un libro. De paso cumpliría con todos los que me regalaron sus recetas y que querían ver el libro terminado. Una cosa les voy a deber y es el nombre de cada uno de ellos adornando cada receta. Pero por ejemplo, mi amigo Diego Ulloa me obsequió tres recetas, que ya las usaban sus antepasados en tiempos de las cruzadas. No sería justo para las personas que las crearon, aunque ya estén re-muertos y enterrados, publicarlas bajo el nombre de mi amigo. Es por eso que no publico ningún nombre y solamente agradezco a algunos sitios de Internet, de donde obtuve algunas fotos apropiadas.
Para demostrar que no me inspiró ningún espíritu comercial el editar este magnífico compendio de exquisiteces, es que he decidido regalarles a mis lectores con un ejemplar del mismo, en Pdf.
Pueden obtenerlo completamente gratis con solo llenar el formulario para bajarlo en la siguiente dirección: www.Bubok.com/librería Una vez allí ponen en búsqueda mi nombre: Edgardo Castillo y cuando aparezca la lista de mis libros, lo seleccionan y lo bajan.
Si por casualidad se les hace dificultoso el procedimiento, me mandan un e-mail a mi correo: Mauricio1940 hotmail.com y yo se los enviaré por mail lo antes posible.
Un abrazo para todos.

Me compré un Mp4

Compré un Mp4

Subyugado por las actuales tecnologías y los comentarios de mis nietos, me compré un Mp4.

El vendedor me dijo: —Puede cargar hasta 1500 canciones o un poco más. Tiene radio Fm, lee E-Book, graba la voz, carga videos y películas que puede ver en la pantallita, carga fotos, tiene juegos, etc. etc.

Yo me conformaba con que yo pudiera tener algo de música clásica y unos cuantos tangos, para escuchar en la noche cuando el insomnio me desvela y con los auriculares no despierto a nadie.

Conecté el aparatito a la compu y le cargué casi toda la música de Chopin, de Vivaldi, algo de Mozart, otro poco de Beethoven, de Brahams y algunos clásicos más y dejé para el final mis tangos favoritos. Varias versiones de la Cumparsita, el tango Será una noche por Lidia Borda, algo de Pugliese, el tango Pavadita por Alfredo de Ängelis, Canaro en Paris y varios más de mis preferidos.

Esa noche, justo a las tres de la matina me desperté y decidí tratar de dormirme nuevamente, arrullado por mi música favorita. Encendí el Mp4 y lo primero que salió fue la Polonesa nº2 opus 40. Después vino
Fantasía Impromptu, también de Chopin y tocada por Claudio Arrau un verdadero genio.
Con esos dos temas moviéndome las neuronas, imposible conciliar el sueño, así que decidí escuchar algunos tanguitos. Como en la pantalla aparecen los nombres de los temas y los de los intérpretes, comencé a buscar apretando el botoncito. Los temas pasaban uno a uno y luego de buscar por más de 15 minutos, cuando ya tenía acalambrado el pulgar, me quedé dormido.
En la mañana siguiente agarré papel y lápiz y me puse a hacer cuentas.
Si para cambiar de un tema a otro se demora tres segundos, para encontrar el último tema me demoraré 4500 segundos marcando ininterrumpidamente. O sea una hora y cuarto. ¡Cosa de locos! Y si espero que el tema venga solo, o sea que se ejecuten todos los que estén primero, calculando a cuatro minutos cada canción, olvidando que algunos clásicos duran ocho o más minutos, podrían pasar tranquilamente 100 horas o mas de cuatro días seguidos. Pero la batería incorporada que tiene el Mp4 dura aproximadamente 5 horas de ejecución y al recargarla, vuelve al inicio de la música. En resumen, en la puta vida escucharé mis tangos. Los subí al reverendo pedo.
Y eso que este aparatito tiene poca memoria me dicen, porque hay otros mejores (¿) que tienen el doble de memoria.
Yo me pregunto ¿Para qué carajo?
¿No les parece?

viernes, 1 de mayo de 2009

Estoy de novio

Estoy de novio..

Me invitaron a cenar las Oyarzunes.
Me presenté al mediodía con una botella de vino primorosamente envuelta. Se miraron desconcertadas. Me habían invitado para la noche, pero yo había llegado alegremente a almorzar.
No se atrevieron a echarme. La madre y las tres hijas rapidamente dispusieron un cubierto más en la mesa y la vieja corrió a la cocina, mientras Mercedes y una de sus hermanas me entretenían con chismes y risitas. La otra por el portazo que escuché, debió ir a la rotisería, a comprar algo de apuro.
Me senté en un silloncito y crucé mis piernas. La derecha sobre la izquierda. Por la mirada que cruzaron, comprendí que se habían dado cuenta enseguida que llevaba los zapatos de diferente color. Uno negro y otro marrón. Nada dijeron. Eran unas mujeres muy bien educadas. La menor (38 años) se dirigió a ayudar a su mamá, según dijo y Merceditas quedó sola conmigo, retorciéndose las manos nerviosamente mientras yo le parloteaba de mis aventuras en el túnel del Metro, donde me metí distraídamente.
Apareció la madre con una enorme sopera y nos invitó a la mesa.
Se sentó como buena anfitriona, a la cabecera, y con un cucharón servía la sopa en cada plato y me los pasaba a mí para que yo se lo alcanzara a mi vecina y esta a la otra. A los tres platos que me pasó, los tomé de manera tal que mi dedo pulgar quedaba sumergido en la sopa. Después me lo chupé. Todas hicieron como si no hubieran visto nada.
La sopa estaba riquísima y por los ruidos que hice al tomarla se dieron cuenta que me gustó. Luego rebañé el plato con un trozo de pan y quedó limpito.
El plato principal era pollo al spiedo, seguramente del negocio de la esquina, con una ensalada de lechuga y tomate.
-¡El pollo, la empanada y la mujer, se toman con la mano! –exclamé con voz aguardentosa.
-¡Por supuesto!
-¡Claro que sí!
-¡Con confianza!
Me serví otro buen vaso de vino y traté de servirle a ella s pero todas declinaron.
Agarré la pata de pollo que me habían servido y le metí el diente con fruición.
-¡Coma, Doña, coma! –exclamé, -¡Ud. está muy flaquita! –añadí pellizcándole la pierna a la mamá
-¡Y tú, Olguita, no comas tanto, que estás gorda como una ternera!
Pobre Olguita. Se puso roja como un tomate.
La madre cambió de tema:
-¡Dime, Sergito, ¿Cuáles son tus planes ahora que has abandonado tus estudios?
La miré con una sonrisa de suficiencia y le contesté:
-¡No voy a estudiar más porque no me hace falta! Con lo que gané en la lotería, tengo para vivir bien, yo, mi familia y mi descendencia.
Al decir esto, le guiñé un ojo a Merceditas, quien me envió un beso con los labios fruncidos.
Ahí, como sin querer, Felicitas preguntó para cuando sería la boda.
-Si Mercedes quiere, nos casaremos en un mes a más tardar.
La madre intervino radiante: -Entonces empezaremos ya mismo con los preparativos para la boda. El vestido, los invitados, la fiesta, la iglesia...
-¡Tío Isidoro cooperará con las invitaciones! –dijo Olga
-¡La tía María de los Angeles nos prestará la casa! !Es una casona enorme! Un verdadero palacio -aseguró Mercedes.
-Y Ud. Sergito ¿Con qué va a cooperar? –me preguntó la madre.
-Yo voy a poner lo más importante...!El novio!
Todas se rieron, festejando el chiste, pero al ver que yo lo había dicho muy seriamente, se hizo un silencio abrumador.
La madre pidió a sus hijas que retiraran los platos de la mesa y que trajeran el postre.
Me dí cuenta que quería hablarme a solas.
-Verá Ud. Sergito –me dijo melosamente –Yo a usted lo quiero como al hijo que no tengo y Merceditas está loca de amor por Ud. y en base a ese cariño que nuestra familia le tiene, es que me animo a confesarle algo. Ustedes se casan en treinta días y yo estoy muy de acuerdo, pero yo recién en dos meses cobraré un dinero que tengo invertido y yo contaba con eso para planificar el casamiento. Pero como Uds. se casan antes...
-¡No se preocupe por eso, mamá! –la interrumpí -¿Puedo llamarla mamá?
-Nada me gustaría más, hijito- me dijo con dulzura.
-¡No se preocupe por esa nimiedad! –le dije -¡Podemos esperar! ¡Nos casaremos en tres meses y no se hable más del asunto!
En ese momento llegó el postre que traían las niñas. Era una Leche Asada, preparada según una antiquísima receta de la familia que se transmitía de madre a hija, de generación en generación.
Las muchachas estaban en silencio, atentas a la cara sombría de la madre. Me comí mi postre y no quise pasarle la lengua al plato, porque hubiese sido demasiado para un solo día.
-¡Tomaremos el café en la sala de música! –dijo Felicitas levantándose.
Yo, a todo esto, me había quitado disimuladamente los zapatos por debajo de la mesa y había pateado lejos a uno de ellos.
Cuando nos levantamos de la mesa para ir a la sala, yo estaba descalzo y me puse en forma ostensible el zapato que había quedado a mi lado.
Después de mucho buscar, el otro zapato lo encontró la mamá debajo de su silla. Me lo alcanzó con la punta de los dedos y arrugando la nariz. Me acerqué saltando en un pié a recibirlo.
-¡Nó, ese no es! –le dije firmemente –Mis zapatos son negros.
La madre miraba boquiabierta el zapato negro que yo tenía puesto y el marrón que ella tenía en la mano.,
-Pero...-balbuceó -¿Cómo puede ser?...Y este ¿De quién es?
Intervino mi novia, Mercedes;
-Sergito, tú traías puesto zapatos diferentes. Nosotras lo vimos y no te quisimos decir nada para no avergonzarte.
Me puse loco. Creo que me salía fuego por los ojos.
-¡No puede ser! ¡No puede ser! Yo no tengo zapatos marrones. Siempre uso negros. Además no estoy loco para salir con zapatos diferentes. ¿Qué me quieren hacer?
Siempre saltando en una pata, me acerqué a la ventana, mientras ellas me miraban consternadas. Me tropecé y me salvé de caer al
piso porque me agarré del pesado cortinado, que se vino abajo, levantando una polvareda que nos hizo toser a todos.
La mamá no aguantó más y agarrándome del cuello de mi saco me arrastró hasta la puerta de calle, diciéndome cosas irrepetibles y que jamás imagine en la boca de una de las Oyarzunes.
A pesar de todo creo que amaba un poquito a Merceditas.

Un cuento clásico

Un cuentito clásico

Él estaba parado en la esquina. Hacía rato que esperaba. Estaba seguro que ella saldría en cualquier momento. Ya era la hora y él sabía que la vieja necesitaba su medicina. No en vano era el enfermero que le aplicaba su inyección dos veces al día. Así la conoció a ella. Era la nieta de la vieja. Tendría unos dieciocho años y unos ojos que no tenían nada que envidiar al cielo. Iba a cuidar a la anciana y le llevaba la comida y le daba el medicamento que le había recetado el médico. La anciana vivía sola y no aceptaba compañía alguna, salvo a su nieta, a quien adoraba.
De pronto la vió salir de su casa, camino a lo de su abuela. Se dio cuenta que iba para allá porque llevaba un bolso donde seguramente iría una vianda con sopa de pollo. Esta sopa le encantaba a la abuela y él, como enfermero le había recomendado a la niña, que le pusiera muy poca sal, para que a la viejita no le subiera la presión. Cuando ella agradeció su consejo, lo miró con esa dulzura que tienen los inocentes. A él casi se le cayó la baba del placer que sintió al ser mirado de esa manera por la chiquilla.
Ahora se iba a hacer el encontradizo y la iba a tratar de acompañar hasta la casa de la abuela para ir ganando su confianza.
No sabía que tenía esa muchacha que lo atraía tanto. No solamente le atraía su juventud, su cuerpo , ya en sazón, sus ojos, sus labios que se le antojaban golosos, húmedos, listos para ser comidos a besos...
La estaba alcanzando, cuando ella, se detuvo y entró en una florería que estaba en la mitad de la cuadra. Él siguió caminando hasta la esquina, y desde allí se volvió caminando despacito. Justo salía ella del negocio, con un pequeño ramito de nomeolvides en su mano y al ver al enfermero se sorprendió gratamente. Le sonrió con esa sonrisa que a él le parecía maravillosa y le dijo:
­--!Oh, señor enfermero! !Qué alegría encontrarlo! Voy a la casa de mi abuelita a llevarle su sopita y a darle la medicina. También le llevo algunas flores para que le alegren la vida a mi pobre abuela...
--!Eres una buena nietita! –le dijo él, acariciando su mejilla y mirando disimuladamente su escote donde dormitaban las palomas que nombraba García Lorca.
--Si quieres te puedo acompañar hasta la casa de tu abuelita y de paso le coloco la inyección. ¿Te parece bién?
--Me gustaría mucho que me acompañara, porque aunque es mediodía, una no sabe con quien se puede encontrar en estas calles, aunque yo no le temo a nada...
--¿Y a las inyecciones , les tienes miedo?
--!Nó, señor enfermero! Pero no me gusta que me hagan doler.
--Yo tengo muy buena mano. Si alguna vez te aplico una inyección, no te va a doler en absoluto. Te lo prometo.
--Eso espero, señor enfermero.
--No me llames más señor enfermero. Acá tienes mi tarjeta donde está mi nombre.
--!Que bién! Usted se llama Wolf, pero ya llegamos, pase , pase señor Wolf...
El enfermero Sr. Wolf, miró para todos lados antes de entrar y tuvo mucho cuidado de no apretarse la cola antes de cerrar la puerta.

El hombre del sombrero de Panamá

El hombre del sombrero de Panamá.

Los hombres silenciosos escucharon el taconear de las botas gastadas. La mal abotonada casaca policial denunciaba el almuerzo interrumpido.

—¡Que pasen los tres delegados! — bramó el cabo Mamani —¡Y que los demás vuelvan a la mina o a sus casas! ¡El señor Alcalde no quiere a naides en la calle!

Los hombres vacilaron. Chispas de temor mostraban sus negras pupilas. No se atrevían. Hacía cientos de años que perdían todos los pleitos con la compañía minera. Hacía siglos que retrocedían.

—¡Obedezcan! —dijo Chamorro a sus compañeros mineros —Nosotros le diremos al hombre del sombrero de Panamá, todos nuestros reclamos.

El rostro de los mineros se tiñó de desilusión. Confiaban en los tres delegados, pero el hombre del sombrero de Panamá había acabado con las dos huelgas anteriores. Sencillamente había comprado a dos delegados y había mandado a apalear a otro, quien desde ese entonces había quedado mal de la cabeza por la golpiza.

Chamorro caminó lentamente precediendo a sus compañeros, detrás del cabo Mamani. Antes de penetrar al despacho del hombre del sombrero de Panamá, los tres delegados se quitaron respetuosamente el gorro multicolor, tan característico de su raza.
La oficina de la primera autoridad política de la Región participaba de la suciedad general. Ante un modesto escritorio, cubierto de cartapacios rojos, esperaba, de pie, un hombre delgado, vestido con un gastado traje azul y con el inefable sombrero de Panamá que ocultaba su cruel mirada.

—¿Ustedes son los delegados de esa chusma? —preguntó con dureza

—¡Sí, señor! –respondieron con la boca seca por la ansiedad —pero somos honrados trabajadores de las minas…que queremos mostrarle a usted la lista de abusos

El hombre del sombrero de Panamá comenzó a pasearse por la habitación. Para calmarse la cólera se quebraba los nudillos de las manos.

—¿Trajeron pruebas? Porque de lo contrario los voy a secar en la cárcel
por falso testimonio y conjurarse para incitar a la violencia…

—Perdone usted, señor, pero no hemos querido incitar a naides —dijo el más viejo de los delegados, ansioso de beber su milenaria copa de humillación.

—Está bien. Siéntense en esa silla. Lástima que no hay para que se sienten todos.

A pesar que la invitación a sentarse había sido hecha para Chamorro, éste le indico al mas viejo que lo hiciera.
El hombre del sombrero de Panamá llamó al cabo:

—¡Mamani! ¡Traiga tres vasos y la botella de aguardiente! Le vamos a convidar a los delegados una copita para que se relajen.

El cabo Mamani sirvió tres generosos vasos de licor que los delegados bebieron de un trago a la invitación del Alcalde.

No es tan malo el hombre del sombrero de Panamá…

Fue lo último que pensaron antes de morir envenenados.

Leven anclas

Leven anclas

— Capitán. Le traje su té.

—Gracias, señor Spencer. ¿Cree que podremos zarpar hoy?

—Me temo que no, capitán. Está soplando una pequeña brisa, pero no basta para inflar las velas.

El Sr. Spencer corrió la cortina del ojo de buey del camarote del capitán. A través del mismo, se veía un mar dorado que se movía en pequeñas olas por el viento.

—¿Dónde estamos, Sr. Spencer, que el mar es dorado como el oro?

El señor Spencer bajó la vista entristecido.

—¿El barómetro está bajando, señor Spencer?

—No señor. Marca bueno y templado.

—Se está levantando una tormenta y al subir la marea podremos zarpar de una buena vez. La calma se tenía que terminar. Ya era tiempo. ¿No le parece, señor Spencer? Estamos preparados. ¿Cuánto hace que estamos varados aquí?

—Veinte años, capitán. Llevamos esperando veinte años que venga una gran tormenta que nos saque a alta mar…

¡Veinte años! ¿Qué habrá sido de Margaret? Seguramente se cansó de esperarlo y se habrá casado con otro. Posiblemente con el maldito teniente Smith, que la pretendía, igual que él.

¿Qué habrá sido de mi Kate y mis dos hijos?, se preguntaba el Sr. Spencer. Ya serán hombres y ojalá hayan entrado al servicio de Su Majestad, en la Marina Real.

—Me duele la rodilla derecha, como antes, cuando se avecinaba una tormenta. Déle un vistazo al barómetro, señor Spencer. Tengo un gran presentimiento… Creo que zarparemos hoy…

—Ojalá Dios permita que se cumplan sus deseos capitán. Porque sólo un milagro nos puede sacar de aquí.
¡Vaya! ¡El barómetro ha descendido y marca tempestad!

—Mire señor Spencer como se mueve el dorado mar en olas que avanzan hasta perderse a lo lejos, junto a la línea del horizonte. Pronto estaremos flotando y nos alejaremos de este lugar. Nos dejaremos llevar por el oleaje de la pleamar y luego izaremos la única vela que nos queda, pero con eso bastará…

—Está comenzando a llover. La tormenta se avecina, capitán.

—¡Izar el ancla! ¡Preparados para zarpar!

—No tenemos ancla, capitán. Estamos enterrados en la arena hasta la línea de flotación. Usted no bajó a tierra en 20 años y no sabe muchas cosas.

—Me basta con observar el mar, para darme cuenta de cualquier situación. ¡Mire como llueve ahora! Gotas de lluvia grandes como puños. ¿No siente como se estremece el barco?

—Capitán, estamos muy lejos del mar. A muchas millas. Este dorado mar que usted ha visto todo este tiempo, que en invierno era verde y en verano amarillo con los reflejos del sol, no es más que un enorme trigal, donde el viento mece las espigas que semejan olas…

Con grandes crujidos de madera reseca, el barco se desperezaba y empezó a deslizarse hacia el mar, que aún estaba muy lejos y el capitán y el señor Spencer izaron la única y remendad vela que el viento cada vez más fuerte inflaba, mientras ellos sujetaban el cordaje y el agua de la copiosa lluvia corría por sus caras, llenas de felicidad y esperanzas.